ESTACIÓN SETENTA Y SIETE - EL SUEÑO, EL AJEDREZ Y LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

ESTACIÓN SETENTA Y SIETE

EL SUEÑO, EL AJEDREZ Y LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

 

Aun estando en el Paraíso, y no obstante ser un sueño todo el viaje, el cansancio del cuerpo y de la mente, exigidos ambos por encima de mis fuerzas, me hicieron dormir y soñar la noche entera.

Siempre me han intrigado los sueños – dije a Sabiduría que velaba a mi lado, al despertar. – No tanto por el significado que pueda tener un sueño en particular, sino por el hecho mismo de soñar cuando uno duerme. Me inquieta el sueño como estado de conciencia, como actividad de la mente.

Los sueños – comentó mi Dama – tienen mucho que ver con el arte, y con el despertar del espíritu y de la libertad.

Soñar es la primera, la más común y universal de las operaciones del hombre en orden a superar el determinismo material al que está sujeto el cuerpo.

El sueño pone de manifiesto que la mente no se agota en la percepción y representación de lo que existe.

La psiquis se manifiesta en los sueños como una realidad increíblemente más amplia, compleja y rica de cuanto aparece y de cuanto percibimos en el estado de vigilia.

En los sueños no se respetan las propiedades de la materia. Los cuerpos pueden volar, las murallas atravesarse, la materia cambiar de tamaños, los elementos naturales y las actividades de los hombres combinarse de las maneras más inauditas.

Y eso tiene un sentido, una finalidad. Es el espíritu que se esfuerza por escapar de los rígidos condicionamientos dados por las leyes de la naturaleza. En los sueños se supera la corporalidad de la existencia.

Durante el sueño nos convertimos en artistas, en creadores, desplegando una imaginación extraordinaria.

En los sueños se espiritualiza el cuerpo y la materia, se trasciende la corporalidad, se escapa de la estrecha prisión del espacio y del tiempo.

 

Dalí

(Salvador Dalí)

En el sueño despierta el libre albedrío. El sueño pone de manifiesto la extraordinaria libertad que puede alcanzar el espíritu.

La creatividad y la libertad que se encuentran oprimidas, condicionadas durante los estados de vigilia, se desatan, se expresan, vuelan.

Durante el sueño reposa el cuerpo, pero no el espíritu. Mientras el cuerpo duerme, el espíritu se activa, se encuentra consigo mismo en un lugar secreto e íntimo.

Debes saber que el sueño es una actividad espiritual de primer grado, elemental, pero real.”

Después de un momento de esperar en vano algún comentario de mi parte, la Dama me preguntó:

¿Es que soñaste anoche algo que quisieras compartirme?”

Tuve un sueño entretenido, sin mayor importancia – repliqué. – Soñé con un juego de ajedrez, en que las dos escuadras se enfrentaban en un campo de fútbol, debidamente cuadriculado.

Los Peones en la defensa, los Caballos dribleaban en el medio campo, los Alfiles remataban al arco, las Torres se encargaban de los laterales y los tiros de esquina, la Reina se desplazaba como reina por todo el campo. El objetivo era penetrar con la pelota el arco defendido por el Rey adversario.

Era más entretenido que un juego de ajedrez, por la complejidad de los movimientos simultáneos de las piezas; pero menos entretenido que un partido de fútbol, porque los jugadores tenían limitados los desplazamientos permitidos. El juego era más rígido que un partido de fútbol, pero más fluido que una partida de ajedrez.

¿Te dormiste anoche con alguna inquietud, alguna interrogante que inquietara tu mente?” – me preguntó Sabiduría.

Pensaba en la inteligencia artificial. En los sistemas computacionales que dicen que piensan como humanos y que actúan como humanos. Los androides, los robots, que calculan, que perciben, que analizan, que aprenden, que resuelven problemas complejos aún mejor de cuanto puede hacerlo el hombre con su mente.

La Dama me tomó de la mano diciendo: “Ven. Vamos a ver algo simpático. Te guiará Edgar Allan Poe, un narrador, cuentista y poeta muy ingenioso y fascinante, que vivió en Estados Unidos hace dos siglos”.

El escritor no tendría más de cuarenta años, y me pareció que estaba algo beodo o talvez ligeramente drogado; pero eso no impidió que me condujera hasta una sala de teatro donde se realizaba una curiosa presentación.

 

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La sala estaba llena de niños y niñas. Nos sentamos en la primera fila, desde donde pudimos apreciar los detalles del espectáculo, comenzando por la exhibición de un pato, llamado de Vaucanson, un artefacto realmente notable.

Su tamaño era natural, e imitaba perfectamente a los animales vivos. Ejecutaba todos los movimientos naturales y gestos; comía y bebía ávidamente, realizaba los movimientos de cabeza y garganta peculiares del pato, y, a semejanza de éste, enturbiaba el agua que bebía con el pico. Lanzaba también el graznido del animal con la misma naturalidad. En su estructura anatómica, el artista había realizado la más alta perfección. Cada hueso del pato real tenía su equivalente en el autómata, y hasta las alas eran anatómicamente exactas. Cada cavidad, apófisis y curvatura estaban imitadas, y cada hueso actuaba con movimientos propios. Cuando ponían trigo ante él, el animal alargaba el cuello para picotearlo, lo tragaba y digería.

Después exhibieron al jugador de ajedrez de Maelzel. Al nombrarlo, recordé que ese era el título de un libro de Edgar Allan Poe, a quien tenía a mi lado y que observaba absorto el espectáculo.

Se trataba de una máquina sobre la que destacaba la figura de un autómata de forma humana, que estaba con las piernas cruzadas ante una gran caja de madera que le servía de mesa. El brazo derecho de este jugador mecánico estaba extendido hacia adelante formando un ángulo recto con su cuerpo. El tablero era un cuadrado que se encontraba a la vista del público, con las piezas del juego instaladas.

 

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Maelzel anunció que mostraría el mecanismo de la máquina ajedrecista. Sacando un manojo de llaves, abrió la puerta y presentó para el examen de los presentes el armario abierto de par en par. Aparentemente estaba lleno de ruedas, piñones, palancas y otros mecanismos amontonados unos contra otros. Teniendo una luz encendida ante esta puerta, y cambiando al mismo tiempo varias veces la máquina de sitio, mostró que la caja estaba repleta hasta los bordes.

Satisfechos los espectadores, Maelzel cerró la puerta, sacó la llave de la cerradura, e invitó a un jugador de ajedrez que estaba en el público a competir con la máquina.

La partida se desarrolló a la vista de todos, y el autómata resultó vencedor. Maelzel explicó que la misma exhibición la había realizado en muchas partes del mundo, asombrando a todos porque nadie ha conocido nunca una máquina tan inteligente.

En ese momento siento que a mi lado Poe se agita y se prepara a intervenir. Pero antes de que lo haga, varios niños pequeñitos exclaman: “Dentro de la caja hay un enanito que mueve las piezas”. Otros algo mayores gritan: “Es un computador, un robot, el que juega”.

Edgar Allan Poe se desconcierta, disgustado tanto por lo que escuchó decir a Maelzel como por lo que dijeron los niños.

Me dijo al oído: “Estoy seguro de que dentro del autómata se esconde una persona de carne y hueso que es el responsable material y mental de accionar el dispositivo y de jugar al ajedrez. Esto no es más que un engaño y manipulación de los espectadores”.

Enseguida se puso de pie y comenzó a explicar, dirigiéndose al auditorio:

Los cálculos aritméticos y algebraicos, por su naturaleza, son fijos y determinados. Aceptados ciertos datos, se siguen ciertos resultados, necesaria e inevitablemente. Estos resultados son independientes, y no son influidos por nada más que por los datos originarios.

Del mismo modo una máquina procede o deberá proceder, hasta su última determinación, por una sucesión de pasos infalibles que no pueden cambiar. Una máquina continuará sus movimientos regulares, progresiva e inevitablemente, hacia la solución requerida, ya que esos movimientos, por complejos que sean, son finitos y determinados.

No es ése el caso de un jugador de Ajedrez. En él no hay una progresión determinada. Ninguna jugada en ajedrez es un resultado necesario de otra anterior. De ninguna disposición particular de las piezas en un determinado momento del juego podemos deducir la disposición en otro momento futuro.

Pero en un autómata, del primer movimiento se sigue necesariamente el segundo. Si el segundo paso ha sido una consecuencia de los datos iniciales, el tercero también es una consecuencia del segundo, el cuarto del tercero, y así hasta la solución, sin ninguna alteración posible.

Pero en el juego del ajedrez verdadero, jugado por humanos, la jugada siguiente está proporcionada al progreso de la partida, y depende del adversario, un jugador que actúa con conciencia y con libertad. Las jugadas que hace no están determinadas, por lo que ningún paso es cierto. Diferentes jugadores podrán realizar diversos movimientos.

Se concluye, así, que las operaciones de este jugador autómata están reguladas por una mente humana, y no por otra cosa. Incluso se puede afirmar que este asunto es susceptible de una demostración matemática a priori. La única cuestión, pues, que hay que resolver aquí, es el modo en que se produce la intervención humana.”

Como había leído la historia del Jugador de Ajedrez de Maelzel, conocía el truco que develó el escritor; pero también sabía que su argumentación era incorrecta, estando demostrado que una computadora puede jugar mejor que el más consumado ajedrecista.

También sabía que los artefactos provistos de inteligencia artificial son capaces de aprender, esto es, de reaccionar, adecuar y perfeccionar sus respuestas cuando sus sensores perciben y sus memorias integran nuevos datos y hechos que los retroalimentan.

Pero Poe tenía razón cuando diferenciaba una ‘pura máquina’ de un ser humano que actúa con conciencia y libertad.

Un jugador de ajedrez humano, por ejemplo, puede decidir “equivocarse" si el contrincante es su hijo al que ama y del que quiere mejorar su autoestima; el robot podrá hacerlo solamente si le han dado las instrucciones de dejarse ganar, aleatoriamente o reaccionando ante los gestos que emita el niño.

Como la sombra de Edgar Allan Poe continuaba discutiendo con la sombra de Maelzel, y dando al público una lección de racionalidad junto a otra de moral, Sabiduría me tomó del brazo y nos retiramos de la sala.

Tengo muchas preguntas – dije a la Dama al salir –. No puedo dejar de interrogarme ¿hasta dónde puede llegar el ser humano?

Sabiduría me miró con esos ojos tan dulces cuando penetrantes que me desarmaban. Respondió:

En el anhelo y búsqueda de los humanos por ser más espíritu, emplean sus potencias más sutiles. En tal dirección descubren las potencialidades de la materia, la cual tiene también en sí, la posibilidad de ser llevada a niveles más altos de vida, de racionalidad y de inteligencia.

Piensa en esto. Si la vida, la conciencia y la razón surgieron de la evolución y complejización de la materia, es porque en ésta está contenida, latente, la posibilidad de llegar a generarlas nuevamente con el concurso del hombre.

Al fin de cuentas, la materia es obra del Creador, y supera todo conocimiento que hasta ahora haya descubierto el intelecto humano.

Sólo asumiendo que el Universo es Creación de un Dios todopoderoso y perfecto, pueden comprenderse sus maravillosas y exuberantes potencialidades.

Sólo comprendiendo que el ser humano está hecho a Su imagen y semejanza, podemos aproximarnos a entender la grandiosidad de la raza humana.

El hombre no es Dios Omnisciente; pero es capaz de conocerlo todo con su inteligencia. El hombre no es el Creador del Universo; pero sus capacidades creativas son casi infinitas. El hombre no es el Ser Absoluto; pero es individuo, libre y autónomo. El hombre no es puro Amor; pero es fuente de amor y solidaridad.

No lo afirmo, pero es posible formularlo como hipótesis: a través de su propia acción autónoma, el ser humano tal vez podría llegar a generar nuevas realidades espirituales.

Lo que no es absurdo, si consideras que es ya creador de conceptos, de ideas, de obras poéticas, de símbolos, de valores superiores, de cuya naturaleza espiritual hemos hablado.

Por medio de estas obras suyas específicamente espirituales, el hombre intenta crear un ambiente espiritual apropiado para desenvolver sus potencias superiores.

Es el sentido de la filosofía, de las artes, de las ciencias y de las letras, en cuyo desarrollo a lo largo de la historia ha logrado producir obras que impresionan por su perfección en cuanto a la verdad, belleza, bondad y unidad alcanzadas.

¿Termina o se agota en esto la acción del hombre en su búsqueda de actualización de su esencia espiritual, o el espíritu es capaz de más? ¿Buscará activamente el hombre proyectarse más allá de su propia corporeidad, liberado de las prisiones del espacio y del tiempo, como en los sueños?”.

Sabiduría no agregó nada más, dejándome con más inquietudes e interrogantes de los que le había planteado.

 

Luis Razeto

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