ESTACIÓN SETENTA - ¡OH ESPÍRITU DEL CONOCIMIENTO!

 

Tercera Etapa


 

EL PARAÍSO, O LA DIVINA EPOPEYA


 

ESTACIÓN SETENTA

¡OH ESPÍRITU DEL CONOCIMIENTO!


 

Lo que experimenté en la fase tercera del extenso periplo que tuve la suerte de realizar antes de llegarme la hora de pasar al mundo de las sombras de manera permanente, fue tan sublime y por sobre el alcance de mi intelecto, que las palabras, alegorías y metáforas no son aptas para expresarlo.

Pero siendo el lenguaje y las imágenes los únicos instrumentos de que dispongo para comunicar, ruego a las musas y a los mismos espíritus que tuve la fortuna de conocer en el viaje, que me inspiren y acompañen en la ardua tarea, de modo que los relatos de las experiencias estéticas, intelectuales y místicas vividas allí como en sueños, resulten lo más fieles que sea posible.

El Sol esplendía. De pronto apareció en lo alto otro Sol, aún más brillante, cuyo fulgor fue a unirse con el primero. Bajé la vista por temor a enceguecer.

Sabiduría, que iba a mi lado, se detuvo a contemplarlo. Yo fijé mi vista en ella. Una luz celeste iluminó todo su ser, que devino tan radiante que me encandilaba.

Ella me miró a los ojos, entró en mi mente, tomó posesión de mi conciencia, movió mi vista hacia el Sol, y me hizo exclamar:

 

Peregrinación 63.jpg

(Pintura de Pat Rocha)

 

¡Oh espíritu del conocimiento! Haz de mí un buscador de la verdad.

Que sea como una página en blanco en la que escribas lo que tú quieras

y pueda leerse lo que tú dictes.

Que desaparezcan mis ideas para que, transparente, deje pasar tu ciencia.

Que donde tenga dudas emprenda la búsqueda de la verdad.

Que no me empeñe en ser escuchado sino en escuchar,

ni en enseñar sino en aprender, porque nadie da lo que no tiene.

Que no desee afirmar lo que sé, sino buscar lo que ignoro,

ni llenarme de informaciones sino abrirme al conocimiento.

Porque buscando se encuentra, aprendiendo se enseña y enseñando se aprende.

Que no sea yo el que hable, para que pueda oírse tu voz,

y que el deseo del saber atraiga a quien me escuche,

no para que siga detrás mío sino para que se acerque a ti.

¡Espíritu del conocimiento!

Dame humildad para decir lo que busco,

fuerza para anunciar lo que descubro,

y coraje para mostrar tu camino

aunque sea oscuro y muy pocos lo transiten.

Porque sólo vacío de egoísmo, vanidad y envidia

puede tu sabiduría morar en mí.”

Terminada la oración inspirada por Sabiduría me sentí descender a tierra, confundido, sin comprender lo que había sucedido.

Mi bella Guía estaba a mi lado. Le pregunté:

¿Qué me ha sucedido? Fijé los ojos en el Sol y no quedé ciego. Tuve la sensación de estar elevado en el aire sin ser afectado por la gravedad. Me sentí transportado, como poseído por el Amor, sublimado por su esplendor. ¿Qué fue todo eso?

Leonardo - La despeinada

(Leonardo Da Vinci)

Sabiduría volvió a mirarme con la expresión de una madre que entiende el devaneo de un hijo y me explicó:

Has de saber que no estamos en la Tierra, y que aquí a los sentidos les son permitidas afecciones y experiencias que no son posibles en otro lugar.

En la Divina Comedia, cuando al entrar al Paraíso Dante tuvo una experiencia similar, habló de ‘transhumanar’, que es la mejor expresión para nombrar lo que aquí sucede. Lo comprenderás mejor más adelante”.

Le agradecí haberme aclarado al menos en parte lo que me había sucedido.

Entonces nos encaminamos directamente hacia una entrada que era como un gran arcoiris. Poco antes de llegar vimos un letrero que indicaba la dirección hacia el ingreso, donde estaba escrito: HI, CIELO: ETERNIDAD, MAGIA.

Me detuve tratando de entender. Recordé que escritos como ese había visto tanto a la entrada del Infierno como del Purgatorio, sin haberlos podido descifrar.

Sabiduría lo leyó al pasar y dijo como hablando para sí misma: “Este letrero no lo había visto. Es nuevo. Quizás quién lo puso ahí”.

Y sin darle mayor importancia al asunto, me tomó de la mano e ingresamos a un lugar sorprendente, que no me resulta fácil describir porque no es un mundo material sino etéreo.

Estaba conformado por nueve círculos concéntricos, como esferas celestes, uno sobre el otro. Era algo similar al modo en que Ptolomeo se imaginaba el firmamento, con la Tierra al centro y las esferas de la luna, los planetas y las estrellas a su alrededor.

Pero antes de continuar el relato debo hacer una advertencia a los lectores que desearen seguirme en este vuelo.

Los espacios empíreos son tan abiertos cuanto desconocidos, de manera que es fácil que alguien desprevenido se extravíe.

Por eso les digo que preparen sus naves y que nos sigan de cerca, muy atentos, sin despegar la vista ni distraerse con imaginaciones o elucubraciones vanas.

En estos espacios espirituales poco sirven los sentidos, las imágenes y los razonamientos, pues las experiencias que en ellos se vive trascienden los conocimientos habituales.

De esto ya dejó constancia Dante que recorrió estas esferas junto a Beatriz, antes de que Sabiduría me condujera.

Llegar aquí con mucha información, más entorpece que ayuda, y los que nunca han oído hablar sobre esto, aprenden mejor que quienes mucho estudiaron y están saturados de opiniones y discursos.

De ahí que, siguiendo una antigua enseñanza, les advierto que hay que hacerse como niño para entrar en estos reinos celestiales.


Luis Razeto

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