ESTACIÓN SESENTA Y TRES - UNA ARPILLERA, UNA CHARLA Y UN GRATÍSIMO ENCUENTRO CON HENRY DAVID THOREAU

ESTACIÓN SESENTA Y TRES

UNA ARPILLERA, UNA CHARLA Y UN GRATÍSIMO ENCUENTRO CON HENRY DAVID THOREAU

 

Mi Maestro me apuraba, como si algo lo atrajera desde el centro de la inmensa explanada. Lo que encontramos allí fue una gran feria de artesanías, donde en diferentes mesas se exponía una infinidad de objetos confeccionados manualmente.

Había una infinidad de objetos de madera, cerámica, lanas, telas, ceras, semillas, conchas, cristales; algunos utilitarios y otros decorativos; todos muy bellos, expresivos de las identidades culturales de localidades, pueblos, regiones y naciones de todo el mundo.

Atrajo especialmente la atención de Dante un gran estand de coloridos tapices bordados sobre telas rústicas, llamadas Arpilleras en Chile, Güipil en el Norte latinoamericano, y otros nombres en diferentes países.

Mi vista se fijó sobre una arpillera circular, de sencilla confección y delicioso diseño, que representaba un paisaje campesino circundado por mujeres y hombres tomados de las manos como en ronda.

 

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Estaba conversando con las mujeres del Taller Hermandad de Santa María del Paraguay, que la habían bordado, cuando me sorprendieron dos sombras que se nos acercaron por detrás.

Reconocí la inconfundible presencia de Gonzalo Pérez, el amigo con el que había estado poco antes en el encuentro con los pensadores anarquistas y cooperativistas. La otra persona, de porte distinguido y destacada nariz, no me resultaba familiar.

Al notar mi extrañeza por encontrarnos nuevamente, Gonzalo me explicó que en los espacios celestes los desplazamientos son tan rápidos cuanto uno desee.

Aquí arriba uno se encuentra con las almas afines, que se atraen” – agregó.

Le mostré la arpillera que despertó mi atención, y le comenté que si hubiese tenido dinero la compraría.

Eso no es problema – dijo Gonzalo –, porque en esta explanada solidaria siempre son posibles el trueque y la reciprocidad”.

Se separó un momento para conversar con una de las bordadoras, y enseguida me dijo que las mujeres estarían satisfechas intercambiando la arpillera por una charla mía sobre la Realidad, la Teoría y el Proyecto de la Economía Solidaria, que era el título de uno de mis libros.

Dante me permitió ocupar una hora terrestre en esa actividad, y como rápidamente se extendió la noticia, se juntó un numeroso público a escuchar la disertación. Al final, la arpillera me fue entregada envuelta en una delicada bolsa de papel.

Después Gonzalo me presentó a la sombra que lo acompañaba: Henry David Thoreau, escritor, poeta y filósofo estadounidense, que vivió entre 1817 y 1862.

 

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No es raro encontrarnos aquí los tres – explicó –, pues nos unen muchas cosas. Thoreau vivió sus últimos años en una casa que él mismo construyó en un campito de una hectárea que llenó de árboles. Igual que hiciste construyendo tu casa y plantando la parcela en que vives en Liray, y yo que la levanté en mi quinta de Gaviria”.

Recordé las veces que Gonzalo me invitó a su lugar de habitación, en una explanada rodeada de árboles que él mismo cultivó, y a los que saludaba cada mañana, incluso con algún regaño si los notaba lentos en su crecimiento. Y las flores, siempre flores, cuidadas por la mano menos gruñona de su esposa Ligia María.

Adentro, un espacio muy amplio, como de Asamblea, con iluminación por los cuatro puntos cardinales y donde sobresalen un amplio y generoso comedor y los estantes repletos de libros leídos y ordenados según sus preferencias.

 

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Los domingos, en las tardes, regreso sin ser notado, sobrevuelo el terreno y los bosques aledaños, y miro a mi amada Ligia que cuida los árboles, cultiva las flores y observa crecer los yuyos” – me confesó con nostalgia Gonzalo.

Me fui al campo, cerca de los bosques – comentó Thoreau – porque quería alejarme del tumulto de la ciudad, para afrontar los hechos esenciales de la vida y aprender lo que tenía que enseñar, y para no descubrir, a la hora de la muerte, que no había vivido.

No quería vivir lo que no era vida. Ni renunciar a los valores superiores, como hacen corrientemente tantas personas. Quise vivir profundamente, de una forma tranquila y sencilla, prescindiendo de todo lo que no era verdadera vida.

Estoy convencido de que la mayoría de los lujos y de las llamadas comodidades de la vida, no sólo no son indispensables, sino que constituyen obstáculos para la elevación moral y espiritual de las personas y de la humanidad”.

¿Ves que nos parecemos?” – dijo Gonzalo – “Pero no solamente en la opción de vivir en el campo. Henry, cuéntale a mi amigo tus motivaciones y pensamientos”.

Thoreau nos invitó a caminar, para integrar también a la naturaleza en la conversación. Con Gonzalo evocamos los largos paseos que hicimos alrededor de un gran bosque cercano a su casa.

Como escribí en mi libro Dónde viví, para qué viví – explicó Thoreau –, siento y pienso que la naturaleza es el signo exterior del espíritu interior, y que expresa la correspondencia radical de las cosas visibles y los pensamientos humanos.

Me atrajo siempre la soledad y amé entrañablemente la naturaleza. Busqué con ello mi desarrollo personal interior. Considero que el hombre debe ser, antes que nada, un individuo”.

 

La casa de David Thoreau

(Casa de Henry David Thoreau)

Enseguida agregó: “En mi casa había pocas sillas: una para la soledad, dos para la amistad, tres para la sociedad. Y cualquiera que tenga más razón que los demás, ya constituye una mayoría de uno.

Pero no por eso dejé de interesarme en las cuestiones sociales y de actuar para promover un mundo mejor. Con mi hermano John creamos una Academia, cuya enseñanza incluía caminatas por la naturaleza y visitas a las empresas y negocios locales.

Aconsejé siempre vivir en casa como un viajero, como un peregrino. Pero resistirse a toda injusticia y opresión, empleando el método de la desobediencia civil.

Me negué a pagar impuestos que financiaban la guerra contra México, por lo que fui encarcelado. Y me disgustó ser liberado cuando una tía los pagó en mi nombre sin mi consentimiento, porque creo que bajo un gobierno que encarcela injustamente, el hogar de un hombre honrado es la cárcel”.

Hace poco – contó entonces Gonzalo – me encontré con Martin Luther King, quien dijo que la lectura del libro Desobediencia Civil de Thoreau lo inspiró a la lucha no-violenta. Afirmó que negarse a pagar impuestos destinados a objetivos injustos, y optar por el encarcelamiento, lo conmovieron y convencieron de que negarse a cooperar con un sistema maligno es una obligación tan moral como la de cooperar con el bien”.

No habrá un Estado realmente libre e iluminador – sentenció Thoreau –, mientras no se reconozca y trate al individuo como un poder superior e independiente, del cual el Estado deriva toda su fuerza y autoridad”.

Puedo informar – agregué – que otros importantes movimientos sociales y políticos actuales lo tienen también como referente. Entre ellos el movimiento por los derechos civiles, el hippismo, el ambientalismo, el vegetarianismo, el anarquismo, el ecologismo, el senderismo, la protección de los animales, e incluso movimientos de espiritualidad natural.

Yo hubiera continuado caminando y conversando con estas dos almas gemelas sobre tantas cosas, y reconociendo los modos de ser y de pensar que compartíamos. Pero mi Maestro me insistía que debíamos continuar el viaje.

Aún después de despedirnos alcanzamos a comentar lo que expuse en mi charla sobre la necesidad de contar con un proyecto, tanto personal como comunitario, que siendo adherente a la realidad estuviese bien fundado teóricamente.

Al final el Maestro debió tomarme de un brazo y casi arrastrarme a la salida de la explanada, porque era necesario continuar nuestro ascenso hacia la cumbre de la montaña.

 

Luis Razeto

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