ESTACIÓN CINCUENTA Y CINCO
ENCUENTRO CON ALDOUS HUXLEY
Dante y yo continuamos circundando la explanada para regresar al sendero de ascenso a la cumbre de la montaña.
En el camino encontramos un grupo de no más de veinte jóvenes almas, sentadas a la sombra de un frondoso sauce, que conversaban animadamente con un hombre de mediana edad que mantenía un libro en su mano izquierda.
Apenas nos sentamos escuché la voz de una joven que preguntaba:
“Señor Huxley, en su novela Un Mundo Feliz usted describe un futuro lamentable de la humanidad, donde el control psicológico de las personas en base a avanzadas tecnologías ha eliminado el ejercicio de la libertad. ¿Cree usted que realmente la humanidad se encamina hacia ese destino, y que es inevitable?”.
El hombre respondió:
“Hacia allá va la humanidad, a menos que cambie radicalmente de rumbo. Las actuales disposiciones económicas, sociales e internacionales están basadas, en elevada proporción, en una organizada falta de amor.
“Empezamos careciendo de amor hacia la Naturaleza, de modo que, en vez de procurar cooperar con el Tao o el Logos en los planos inanimados o infrahumanos, procuramos dominar y explotar.
“Desperdiciamos los recursos minerales de la tierra, arruinamos su suelo, asolamos sus bosques, llenamos de basura sus ríos y de vapores venenosos su aire.
“De la falta de amor respecto a la Naturaleza avanzamos a la falta de amor respecto al arte; una falta de amor tan extrema que hemos matado efectivamente todas las artes fundamentales, y hemos establecido en su lugar varias clases de producción en masa por medio de máquinas.
“Y, naturalmente, esta falta de amor respecto al arte es al mismo tiempo una falta de amor respecto a los seres humanos, que son puestos a realizar tareas a prueba de tontos y de gracia, impuestas por sistemas mecánicos sucedáneos del arte, y por la interminable labor de papelería relacionada con la producción y la distribución en masa.
“Con la producción y distribución en masa va el financiamiento en masa, y los tres han conspirado para expropiar a un número creciente de pequeños propietarios, la tierra y sus equipos de producción, reduciendo así la libertad de la mayoría, y aumentando en una minoría el poder de ejercer un control coactivo sobre las vidas de sus semejantes.
“Esta minoría que controla a la mayoría por la coacción, está compuesta de capitalistas privados, de burócratas gubernativos, ambas clases de amos obrando en colaboración.
“El carácter coactivo y, por ende, esencialmente falto de amor, es el mismo, sea de los directores de empresas o de los funcionarios del Estado.
“La única diferencia entre estas dos clases de gobernantes oligárquicos, es que la primera obtiene más poder de su riqueza que de una posición dentro de la jerarquía convencionalmente respetada, mientras que la segunda obtiene más poder de su posición que de la riqueza.
“Y la superestructura que corona la falta de caridad, es la organizada falta de amor de las relaciones entre los Estados soberanos, una falta de amor que se expresa en la axiomática presuposición de que es justo y natural que las organizaciones nacionales se armen hasta los dientes y estén dispuestas a robar y matar.”
Otra joven levantó la mano y preguntó: “¿Cómo cree usted, don Aldous, que debiera reorganizarse la sociedad, para evitar tan horrible situación?”.
“El principio guía de toda reforma social – respondió el escritor – es organizar las relaciones económicas, políticas y sociales de tal modo que, para cualquier individuo o grupo dentro de la sociedad, haya un mínimo de tentaciones a la codicia, el orgullo, la crueldad y el ansia de poder.
“Siendo como son los hombres y mujeres, sólo reduciendo el número y la intensidad de las tentaciones pueden las sociedades humanas, hasta cierto punto, ser libradas del mal.”
“Pero ¿cuál sería ese nuevo ordenamiento de la sociedad? ¿Acaso un nuevo orden mundial unificado, que elimine las separaciones entre los Estados?” – insistió la muchacha.
“Te diré lo que pienso, aclarando primero que el culto de la unidad en el plano político, es sólo un sucedáneo idólatra de la genuina religión de la unidad en los planos personal y espiritual.
“Los regímenes totalitarios justifican su existencia mediante una filosofía de monismo político, según el cual el Estado es Dios en la Tierra, y afirmando que la unificación es la salvación, y que todos los medios tendientes a tal unificación, por más perversos que sean, son justos y pueden emplearse sin escrúpulos.
(Honoré Daumier)
“Este monismo político conduce en la práctica a privilegios y poder excesivos para unos pocos, y a la opresión para la mayoría.
“Por eso, el camino es la descentralización; una gran difusión de la propiedad privada de tierras y medios de producción en pequeña escala; obstáculos al monopolio por el Estado o las corporaciones; división del poder económico y político.
“Estas reformas sociales contribuirían en mucho a impedir que individuos, organizaciones y gobiernos ambiciosos caigan en la tentación de conducirse tiránicamente, mientras que las cooperativas, organizaciones profesionales controladas democráticamente, y las asambleas municipales, librarían al pueblo de la tentación de hacer demasiado áspero su individualismo.
“Pero, por supuesto, ninguna de estas reformas intrínsecamente deseables puede llevarse a cabo mientras se considere justo y natural que los Estados tengan un gran poder centralizado.
“Países con una industria enormemente desarrollada; países en que el poder económico es esgrimido sea por el Estado o por unas pocas corporaciones monopolistas; países donde las masas trabajadoras, carentes de propiedad, no tengan arraigo en la pequeña propiedad y en la organización local, son fácilmente transferibles de un lugar a otro y regimentadas por la disciplina industrial y estatal.
“Como una auténtica autonomía es posible sólo en grupos pequeños, las sociedades a escala nacional o supranacional serán siempre gobernadas por minorías oligárquicas”.
“Entonces – afirmó un joven poniéndose de pie – ¡debemos organizarnos políticamente para derrocar a los poderosos y realizar esos cambios!”.
Pero cuando parecía que iba a iniciar una proclama, Huxley lo interrumpió diciendo:
“De todos los problemas sociales, morales y espirituales, el problema del poder es el más urgente, pero es el de solución más difícil.
(Francis Marie Martínez Picabia)
“El ansia de poder no es un vicio del cuerpo y, en consecuencia, no conoce ninguna de las limitaciones que impone una fisiología cansada o saciada a la gula, la intemperancia y la lascivia.
“Creciendo con cada satisfacción sucesiva, el apetito de poder puede manifestarse indefinidamente. Cuanto más se encumbra un hombre en la jerarquía política, económica o religiosa, tanto mayores son sus oportunidades y recursos para ejercer el poder.
“¿Podemos, pues, sorprendernos de que la acción política resulte tan a menudo embrutecedora o francamente desastrosa? No se ha ideado nunca un método infalible para controlar las manifestaciones políticas del ansia del poder.”
El joven que se había levantado entusiasta se sentó, y la misma joven que había preguntado primero volvió a hacerlo:
“Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿En qué fuerzas podemos esperar?”.
Aldous Huxley guardó silencio unos momentos, mientras el grupo estaba expectante de su respuesta, que fue la siguiente.
“Yo creo en el conocimiento, en el amor, en la ética, en la espiritualidad. Considero necesario que las personas y la humanidad reconozcamos que hay en la naturaleza y en el ser humano una realidad sagrada, algo como una presencia espiritual, divina.
“Así como los cuerpos de los seres humanos son afectados por el buen o mal estado de sus mentes, de modo análogo, la existencia, en el corazón de las cosas, de una serenidad y buena voluntad divinas, puede considerarse como una de las razones por las que la enfermedad del mundo no ha resultado fatal.
“Y si en el universo psíquico hay conciencias obsesionadas por pensamientos de maldad, egoísmo y rebelión, ello explicaría quizás algunas de las más extravagantes perversidades de la conducta humana.
(Francis Marie Martinez Picabia)
“Los actos queridos por nuestras mentes se cumplen sea por medio de la inteligencia fisiológica y el cuerpo o, muy excepcionalmente y en limitada extensión, por medios directos supranormales.
“Análogamente, las situaciones queridas por una presencia divina pueden ser realizadas por una Mente perpetuamente creadora que sustenta el universo, y en este caso las obras de la Providencia y los dones de la gracia aparecerán como milagrosos; o puede la divina Mente comunicarse con mentes finitas, manipulando las cosas de manera que la mente humana hallará significativas; o, en otro caso, puede haber comunicación directa por algo parecido a la transmisión del pensamiento, a través de alguna experiencia espiritual.
“Una sociedad buena es viable cuando aquellos que se han puesto en condiciones para ver la presencia espiritual y desarrollar el amor, son los que indican los objetivos a que debe apuntarse, mientras que aquellos cuya tarea es gobernar, han de respetar la autoridad espiritual y escuchar el consejo de los videntes”.
La muchacha preguntó, poniéndose ahora ella de pie: “Pero ¿qué podemos hacer nosotros, concretamente?”
“Amiga – respondió el escritor –. Cada uno es libre, y cada uno debe decidir su destino. Como el anhelo humano no puede ser nunca satisfecho sino por el conocimiento de Dios, y como el cuerpo mental de cada uno es capaz de una enorme variedad de experiencias, estamos en libertad para identificarnos con un número casi infinito de objetos posibles:
“Con los placeres de la gula, por ejemplo, o la intemperancia, o la sensualidad; con el dinero, poder o fama; con nuestra familia, considerada como una posesión o realmente una extensión y proyección de nuestro propio yo.
“Con nuestros bienes y efectos, nuestras aficiones, nuestras colecciones; con nuestras facultades artísticas o científicas, con alguna rama favorita del conocimiento, con alguna fascinadora especialidad; con nuestras profesiones, nuestros partidos políticos, nuestras iglesias.
“Con nuestros dolores y enfermedades; con nuestros recuerdos de éxito o infortunio; con nuestras esperanzas, temores y proyectos para el porvenir; y también con la eterna Realidad, en la que y por la que, todo el resto tiene su ser.
“Y estamos en libertad, por supuesto, para identificarnos con más de una de estas cosas simultánea o sucesivamente. De ahí la asombrosa combinación de rasgos que entran en la formación de una personalidad compleja.
“Por esta razón todos los maestros de la vida espiritual insisten tanto en la importancia de las pequeñas cosas. Es todo lo que te puedo honestamente responder.”
El escritor se levantó y comenzó a caminar lentamente hacia el centro de la explanada. Yo lo seguí con la mirada hasta que, misteriosamente, desapareció. Las sombras jóvenes continuaron conversando entre ellas, y el Maestro me indicó que continuáramos nuestro camino.
Luis Razeto
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