ESTACIÓN CINCUENTA Y CUATRO - ENCUENTRO CON ORTEGA Y GASSET

ESTACIÓN CINCUENTA Y CUATRO

ENCUENTRO CON ORTEGA Y GASSET

 

El sendero que tomamos nos llevó directamente a la balaustrada de ingreso a un anfiteatro al aire libre, donde un cartel colorido anunciaba una conferencia del filósofo español Ortega y Gasset.

Nada nos impidió ni nadie nos preguntó quiénes éramos, por lo que entramos sin dificultad. Calculé que el público presente no superaba el centenar de sombras, la gran mayoría personas ancianas, de modo que había muchos espacios libres.

Nos sentamos en una fila intermedia, frente al lugar desde el cual disertaba el filósofo y que me pareció ideal para oírlo.

Era un hombre de unos sesenta años que disimulaba su calvicie bajo un elegante sombrero. La conferencia ya había comenzado, de modo que pudimos escuchar solamente una parte. Lo que logré grabar en mi memoria fue lo siguiente:

 

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Hay oculta al interior de toda realidad, la indicación de una posible plenitud. Un alma abierta y noble sentirá la ambición de perfeccionarla, para que logre esa plenitud. Eso es el amor: ayudar a la perfección de lo amado.

La claridad dentro de la vida, la luz derramada sobre las cosas, es el concepto. Y cada nuevo concepto es un nuevo órgano que se abre en nosotros para ver el interior de una porción del mundo, antes tácita e invisible. No miramos eso oculto con los ojos, sino que al través de los ojos, lo miramos con los conceptos, con las ideas”.

Esas afirmaciones me parecieron tan profundas que me distraje tratando de comprender toda la sabiduría que contenían. Por ello, al prestar nuevamente atención, el filósofo estaba hablando de otra cosa. Decía:

El reformador, el que ensaya nuevo arte, nueva ciencia, nueva política, enfrenta siempre un medio hostil, corrosivo, que le dice que es un fatuo, un iluso, cuando no un mixtificador.

 

Heroísmo

 

Tiene en contra suya la tradición, lo recibido, lo habitual, los usos de nuestros padres, las costumbres nacionales, lo castizo, la inercia omnímoda. Todo esto, acumulado en centenario aluvión, forma una costra de siete estados.

Y él, verdadero héroe, pretende que una idea, un corpúsculo menos que aéreo, súbitamente aparecido en su fantasía, haga explotar tan oneroso volumen.

El instinto de inercia y de conservación no lo pueden tolerar y se vengan, enviando contra él el realismo, y lo envuelven en una comedia.

Como el carácter de lo heroico estriba en la voluntad de ser lo que aún no se es, tiene el personaje creador medio cuerpo fuera de la realidad. Con tirarle de los pies y volverle a ella por completo, queda convertido en un iluso, y si no tiene fuerzas suficientes para resistir, es reabsorbido entero en la realidad dada.

Difícilmente, a fuerza de fuerzas, se incorpora, sobre la inercia real, la noble ficción heroica: toda ella vive de aspiración. Su testimonio es el futuro. Pero el héroe anticipa el porvenir y a él apela. Él no dice que sea, sino que quiere ser”.

A este punto me distraje nuevamente. Recordé que en La República de Platón, Glaucón le reprocha que “aquella ciudad que ahora has fundado y discutido, tiene su sede sólo en razonamientos y discursos, y no creo que exista en ningún lugar de la tierra”.

A lo que Platón responde poniendo en claro, sí, que es algo nuevo, distinto a lo existente, pero que aspira a convertirse en realidad. Le dice: “Al existir ahora en el mundo de las ideas un modelo de esa ciudad, para el que quiera verla, y para que viéndola se proponga fundarla a partir de sí mismo”.

Cuando volví a prestar atención Ortega y Gasset estaba diciendo:

 

Masas humanas

 

Lamentablemente la masa ha perdido toda capacidad de religión y de conocimiento. No puede tener dentro más que política, una política exorbitada, frenética, fuera de sí, que pretende suplantar al conocimiento, a la religión, a la sagesse – en fin, a las únicas cosas que por su sustancia son aptas para ocupar el centro de la mente humana.

La política vacía al hombre de soledad e intimidad, y por eso la predicación del politicismo integral es una de las técnicas que se usan para socializarlo, para subordinarlo.

¿Se puede reformar este tipo de hombre? Quiero decir: los graves defectos que hay en él, tan graves que si no se los extirpa producirán de modo inexorable la aniquilación de Occidente, ¿podrán ser corregidos? Porque se trata de un hombre hermético, que no está abierto de verdad a ninguna instancia superior. ¿Pueden las masas despertar a la vida personal?

Al contemplar en las grandes ciudades esas inmensas aglomeraciones de seres humanos que van y vienen por sus calles y se concentran en festivales y manifestaciones políticas, se incorpora en mí, obsesionante, este pensamiento:

¿Puede hoy un hombre de veinte años formarse un proyecto de vida que tenga figura individual y que, por lo tanto, tendría que realizar mediante sus iniciativas independientes, mediante sus propios esfuerzos?

Pronto advertirá que su proyecto tropieza con el prójimo, y que la vida del prójimo aprieta la suya. El desánimo le llevará, con la facilidad de adaptación propia de su edad, a renunciar a todo proyecto personal, y buscará la solución opuesta: imaginará para sí una vida estándar, compuesta de deseos comunes a todos, y verá que para lograrla, tiene que exigirla en colectividad con los demás.

De aquí la acción en masa. Y es muy difícil salvar una civilización cuando le ha llegado la hora de caer bajo el poder de los demagogos y de masas que actúan directamente, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos por medio de presiones.

Lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, afirma el derecho de la vulgaridad y la impone dondequiera. Así se explica y define el absurdo estado de ánimo que esas masas revelan: no les preocupa más que su bienestar, y, al mismo tiempo, son insolidarias con las causas de ese bienestar.

Como no ven en las ventajas de la civilización un invento y construcción prodigiosos, que sólo con grandes esfuerzos y cautelas se pueden sostener, creen que su papel se reduce a exigirlas perentoriamente, cual si fuesen derechos nativos”.

El conferencista guardó un momento de silencio. Luego concluyó:

 

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El hombre necesita hoy una nueva revelación. De aquí que sea preciso en la situación actual de la humanidad, dejar atrás, como fauna arcaica, los llamados «intelectuales», y orientarse de nuevo hacia los hombres de la razón, de la revelación. El hombre necesita una nueva revelación”.

Yo comencé a aplaudir con entusiasmo. Sentí muchas miradas de reproche sobre mí, pero al instante otros comenzaron también a aplaudir, y así fue que terminamos gran parte del público aclamando de pie al conferencista, que después de saludar con un gesto se retiró del anfiteatro.

Luis Razeto

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