ESTACIÓN CUARENTA Y DOS - ENCUENTRO CON BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

ESTACIÓN CUARENTA Y DOS

ENCUENTRO CON BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

 

Así fue que continuamos subiendo en silencio, teniendo como meta del día la segunda explanada.

La cumbre del cono que dibujaba la montaña me parecía que se alejaba de nosotros a medida que ascendíamos hacia ella.

En cierto momento el Maestro me advirtió: “Mira allá a lo lejos, un alma solitaria que mira fijamente hacia nosotros. Tal vez ella nos señale el camino más fácil”.

Aquella sombra de amplia frente y vestido según la vieja usanza de los frailes, miraba cómo nos acercábamos, pero no se movió de su asiento ni emitió palabra alguna. Cuando estuvimos a cierta distancia, Dante se adelantó y le pidió que nos indicase el camino más corto para llegar a la próxima explanada.

El hombre no quiso responder, y en cambio nos interrogó por nuestra patria y de dónde veníamos. Accediendo a sus deseos, mi Maestro le dijo que él ya no formaba parte del mundo, por lo que no estaba adscrito a patria alguna. Por mi parte le informé que soy latinoamericano.

Al escucharlo, la sombra se levantó de un salto, se acercó a mí con los brazos abiertos y me abrazó. Después explicó que, en su tiempo, a mi región la llamaban América Española, pero que él espera que algún día futuro la llamen Indoamérica.

Enseguida exclamó, conmovido:

¡Oh Indoamérica!¡Mi tierra amada! ¡Oh triste y servil Indoamérica, territorio adolorido y oprimido. Navío sin piloto en medio de la tempestad. ¡No una digna mujer provinciana, sino una hembra que los colonizadores prostituyeron desde niña!”

Siento tu afecto por mi tierra amada – le dije emocionado. – Sin embargo, por tu modo de vestir y tu semblante puedo suponer que no eres originario de nuestra región, sino uno de tantos que, igual que mis padres, llegaron desde Europa atraídos por la hermosura y la prodigalidad de nuestra región y por el deseo de aventura y de fortuna. Por el acento castellano de tu habla has de ser original de España, sevillano tal vez.

Tienes razón en todo” – me respondió el hombre. “Mi nombre es Bartolomé de las Casas. Tal vez has escuchado algo sobre mi persona”.

 

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¡El defensor de los indígenas! – exclamé entusiasmado. – ¡El protector universal de todos los indios! ¡El primero en proclamar los derechos humanos y aplicarlos en defensa de los pueblos originarios de América Latina!

Por lo que sé – dijo el hombre en tono humilde –, el primero en defender a los indígenas fue Vasco de Quiroga, un obispo que en México destacó por el cuidado de las poblaciones originarias, y que construyó escuelas para los indiecitos y un hospital para los enfermos. Lo llamaban cariñosamente el Tata Vasco.

En cuanto a mí, no sé si merezco tantos reconocimientos como los que mencionas. Es verdad que denuncié las barbaridades que cometieron los conquistadores con los pueblos originarios de Indoamérica.

Es verdad que defendí a esos pueblos y proclamé su dignidad y sus derechos ante las autoridades españolas, ante la Iglesia, y ante los poderes locales.

Es verdad que di batallas intelectuales, jurídicas y políticas, que tuvieron algún resultado positivo, hasta conseguir el reconocimiento formal de los derechos humanos fundamentales de los indios.

Me jugué mi fortuna y mi prestigio; renuncié a las prebendas, privilegios, cargos y honores que me ofrecieron con la intención de aplacar mis críticas.

Pero pienso y siento que no hice todo lo posible para hacer frente a las humillaciones y las barbaries que vi y que palpé cometieron los conquistadores contra esos pueblos tan dignos e ingenuos.

En ocasiones llegué a pensar, y todavía lo pienso cuando me siento en las tardes a recordar lo que fue mi vida, que debí haberme puesto a la cabeza de una justa rebelión de los indígenas, arriesgando mi vida si hubiese sido necesario.

Pero ya no puedo hacer nada más que lamentar no haberlo hecho, y esperar que esas gentes terminen de sacudirse de la opresión, subordinación y dependencia en que todavía viven”.

 

Indigenas Diego Rivera

 

Esta confesión del Padre Bartolomé de las Casas me conmovió profundamente, y me hizo pensar que tal vez yo mismo algún día me lamente de no haberme jugado más por la autonomía de los trabajadores y de las comunidades en mi región. “Debo pensar qué más hacer”, pensé interiormente.

Entonces mi Maestro, que en ocasiones parecía tener la facultad de leer mis pensamientos, me abrazó y me dijo con dulzura, que no podíamos detenernos más y que era hora de continuar nuestro camino, porque el tiempo apremia, no en el mundo de las sombras sino allá de donde vengo y a donde debo regresar.

Nos despedimos de Bartolomé de las Casas, no sin antes haberse mi guía informado por él, sobre el mejor camino a seguir para acceder a la tercera explanada.

Es muy interesante lo que van a encontrar ahí”, – nos dijo el fraile cuando retomamos el ascenso. Eso despertó mi curiosidad y quise volver a preguntarle más detalles; pero el Maestro me detuvo diciendo:

Todo a su tiempo, amigo. No siempre es conveniente anticipar con palabras la experiencia que se ha de vivir. Y a propósito, te escuché decir América Latina. ¿Es acaso una nueva conquista italiana? ¿Se encuentra tal vez en la India?”.

No, Maestro. América Latina es el Nuevo Mundo, un continente que en tu tiempo, en Europa se desconocía su existencia. Es, lo han llamado, el continente de la esperanza.



Luis Razeto

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