ESTACIÓN TREINTA Y SIETE - ENCUENTRO CON LOS ‘UTOPISTAS’

ESTACIÓN TREINTA Y SIETE

ENCUENTRO CON LOS ‘UTOPISTAS’

 

Ascendimos hasta la primera explanada. El Sol había bajado al horizonte y nos encontramos a orillas de un mar inmenso, sin saber el camino que debíamos tomar. En el cielo se veía Venus más brillante que lo habitual.

Ya emprendíamos la marcha con el corazón, aunque todavía nuestros cuerpos permanecían quietos, cuando de pronto, frente a nosotros pero a la distancia, apareció una luz espléndida que se deslizaba sobre las aguas del mar, más veloz que el vuelo de un águila.

Aquella luz era más grande y brillaba con mayor intensidad que las luces de fuego que vimos en el Infierno.

A medida que se acercaba comencé a distinguir un objeto blanco, y mirando con detenimiento me pareció distinguir una figura de la que brotaban dos grandes alas.

Yo la miraba en silencio, enteramente concentrado, pues nunca había visto algo semejante que surcara los aires de ese modo, y que a medida que se acercaba a nosotros aumentaba su resplandor, tanto que me costaba mantener la vista en él.

El sujeto venía sobre una sutil embarcación que apenas tocaba el agua. Estaba parado en la proa como un timonel. Era tan hermoso que no atiné a pensar en otra cosa que en la eterna felicidad.

 

Peregrinación 37 Doré

 

Cuando estuvo más cerca pude distinguir que en la barca venían sentados tres individuos. Entonaban un himno cuya melodía me extasiaba, pero no pude distinguir lo que decían, porque se me confundían las palabras de uno que cantaba en inglés, el otro en italiano y el tercero en francés.

El ser luminoso se detuvo en la playa, los tres personajes se pusieron de pie y desembarcaron. El que los trajo viró la proa de la nave y se alejó tan rápidamente como había venido.

Los tres hombres, que comprobé que no estaban vivos en su cuerpo porque el sol pasaba por ellos sin hacer sombra en la arena, se miraron desconcertados, como quien no sabe por qué se encuentra en un lugar enteramente desconocido.

Entonces los recién llegados notaron nuestra presencia y se nos avecinaron. El más anciano de ellos se dirigió a mi Maestro:

Nos trajeron hasta aquí, pero no sabemos ni dónde estamos ni para qué llegamos a este lugar. Quizá ustedes puedan orientarnos”.

Dante tomó la palabra y explicó:

Cómo pueden ver por la sombra de su cuerpo que deja el sol en la arena, éste hombre al que acompaño aún está vivo, y tendrá que volver a la Tierra.

Ha sido conducido hasta los lugares donde perviven los espíritus de los que ya fuimos, porque en la Tierra reina el desorden, la confusión y la maldad, estando la civilización humana en una extrema agonía.

Este hombre piensa que es necesario crear una nueva civilización, y que la humanidad despliegue nuevas formas de desarrollo, transformación y perfeccionamiento.

Ha dedicado su vida a concebir y a experimentar modos posibles de reorganizar la economía, la política y la cultura.

Pero ya entrado en años, se encontró desorientado y perdido sobre lo que conviene al mundo y sobre cómo avanzar hacia una mejor sociedad.

El cielo se apiadó de la humanidad en crisis y valoró el empeño de este hombre, por lo que fui enviado a guiarlo en un largo recorrido por los círculos donde viven los espíritus, para que aprenda sobre lo que lleva al Infierno y lo que conduce al Paraíso.

Así, cuando regrese a la Tierra, podrá trasmitir y enseñar lo que haya aprendido de los que tenemos abundante experiencia y saberes, pero que ya no podemos intervenir en el curso de la historia.

Imagino, pues, que ustedes fueron traídos hasta aquí porque algo importante le podrán comunicar, si es que se dignan hacerlo”.

Cuando aquellas almas supieron que yo estaba vivo, fue tanto su asombro que de inmediato se allegaron frente a mí, disponiéndose a escuchar las noticias que les pudiera dar sobre la situación actual del mundo.

Una de esas luminosas sombras, no sé cómo describirlas mejor, la del más anciano, se adelantó y me abrazó con tanto afecto que me indujo a corresponder su cariñoso abrazo. Pero entonces experimenté por primera vez la diferencia entre un humano que sigue vivo y uno que ha fallecido, pues tres veces le tendí mis brazos y las tres veces mis brazos volvieron a mi pecho sin haber sentido la presencia de ese espíritu.

Supongo que el anciano advirtió mi sorpresa, pues me sonrió y se distanció dos pasos, diciendo:

Yo amé tanto a mis coterráneos, que al saber que eres una persona viva, el afecto despertó en mí con igual intensidad que cuando viví en la tierra.

Amé a mi país y a la humanidad con tan puro sentimiento que entregué mi vida por ellos, y mientras pude hacerlo, oré, trabajé y actué con tanto deseo de que todos fueran felices, que llegué a proponer la utopía de un mundo ideal.

Me convencí de que era posible acercarnos como sociedad, a un ideal de vida comunitaria que facilitara el desarrollo personal y el logro de una vida buena para todos.

Para ello es necesario que comprendamos la verdadera naturaleza humana, y que asumamos conscientemente la vocación y el destino al que estamos llamados, como individuos y como colectividad”.

Al escuchar esas palabras apasionadas, sentí que entre ese espíritu y el mío se establecía una corriente que nos unía de algún modo especial.

Me dieron deseos de abrazarlo nuevamente; pero ya había entendido que cualquier expresión corporal de afecto sería inútil, por lo que me limité a inclinar mi cabeza en señal de respeto y reconocimiento, y solamente atiné a preguntarle quién era.

 

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Fui inglés, de nombre Thomas Moro, y estoy aquí junto a mis compañeros Tommasso Campanella, italiano, y Étienne Cabet, francés.

Nos une, y es la razón por la que peregrinamos juntos, haber creado en nuestra imaginación y haber impulsado con nuestra inteligencia y voluntad, modelos de perfección para la sociedad humana.

Nuestros proyectos de sociedad fueron muy diferentes uno del otro; pero los creamos con similar espíritu, buscando la felicidad de los hombres y mujeres, tanto como sea posible alcanzar viviendo en una comunidad bien organizada”.

Al escuchar estas palabras y saber que estaba frente a personajes que en mi juventud había admirado tanto, mi corazón comenzó a latir con tal intensidad que me costaba respirar. Sólo después de dos o tres minutos pude expresar mi emoción por encontrarme ante tan insignes y amados personajes.

Ya la presencia de sus espíritus llena mi alma de gozo. – Les dije – Conozco sus obras principales, y me encantaría mantener una conversación profunda con ustedes, e intercambiar ideas a fin de buscar juntos el mejor camino para la humanidad de hoy, que se encuentra tan desorientada.

Fue Campanella quien dijo:

Si ya has leído nuestras obras, poco más podríamos contribuir a tu búsqueda, pues debes saber que cuando el ser humano muere, no continúa con las mismas necesidades, preocupaciones, intereses, deseos y aspiraciones que cuando está vivo.

Llegados a este lugar, solamente nos mueve ascender en la escala del desarrollo espiritual.”

Mi Maestro notó la decepción que al oír esas palabras se dibujó en mi rostro, por lo que intervino diciendo:

Desde el momento que ustedes, almas superiores, fueron traídas ante mi pupilo, es porque el destino quiere que algo nuevo aprenda de ustedes, más allá de los libros que él haya leído.

Por eso les ruego que presten atención a lo que desee preguntarles. Pero debo advertirles que todo deberá desarrollarse en breve tiempo, pues recién estamos comenzando esta etapa del viaje y tenemos un largo recorrido por delante”.

Al decir esto mi Maestro se sentó en la arena, y lo imité. Los tres espíritus de los utopistas se instalaron frente a nosotros adoptando la posición del loto.

Así se estableció un ambiente propicio para que se desenvolviera una lección, en la que yo era el único alumno que estaba ante cuatro maestros excelentes. No podía haber esperado algo mejor.

 

Luis Razeto

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