ESTACIÓN VEINTISÉIS
ENCUENTRO CON DEWEY, JAMES, HOLMES Y SANTAYANA
El Maestro puso amistosamente su mano en mi hombro como había hecho antes en más de una ocasión, por lo que entendí que se aprestaba a darme algún antecedente sobre la siguiente estación del itinerario a cumplir en nuestro viaje.
“Hay en el mundo de ultratumba – me dijo – espacios innumerables, reservados para tantos diferentes tipos de personas que han vivido en la Tierra.
“Por cierto, sólo podremos visitar y recorrer algunos de ellos, según las indicaciones que voy recibiendo de Sabiduría en cada encrucijada.
“En este Limbo en que estamos al distanciarnos transitoriamente del Infierno, existe un lugar reservado para personas que estuvieron equivocadas pero fueron bien intencionadas en sus vidas.
“En ese lugar conviven, intercambiando opiniones generalmente equivocadas, y haciendo proyectos que rara vez les resultan como esperan, hombres y mujeres de buenos sentimientos que tratan de ayudarse a vivir unos a otros.
“Dijo mi Dama que allí nos esperan unos personajes interesantes que es preciso que conozcas y que converses con ellos porque es importante para tu aprendizaje y formación”.
“Te advierto que los individuos equivocados pero bien intencionados constituyen muchedumbres, las más numerosas entre todas las que han existido a lo largo de la historia humana.
“Pero nosotros allí debemos encontrar solamente a unos pocos pensadores, que fueron referentes intelectuales de uno de los grupos más extensos que haya jamás existido, y que tienes que conocer discerniendo sus bien intencionadas realizaciones prácticas y sus equivocadas concepciones teóricas.
“Te advierto que yo no sé quienes son; pero ellos mismos nos saldrán al paso y se presentarán – concluyó Dante tomándome ahora de la mano y acelerando el paso.
Fue así que el Maestro me condujo hasta una llanura tan extensa que la vista se perdía en el horizonte, y que la poblaban multitudes innumerables de mujeres y hombres de todas las épocas y de todas las razas, naciones y clases.
Caminamos un largo trecho abriéndonos paso entre las densas muchedumbres, hasta que nos encontramos con cuatro individuos que platicaban amablemente en la tribuna de un hemiciclo.
Nos acercamos a ellos y se presentaron diciendo sus nombres, los años en que vivieron y las Universidades donde enseñaron.
Así conocimos a Oliver Wendell Holmes, nacido en 1809 y fallecido el 1894, educado en la Universidad de Harvard en la que fue un destacado académico; a William James, que vivió entre 1842 y 1910 y tuvo una larga y brillante carrera académica también en Harvard; a John Dewey, nacido en 1859 y fallecido en 1952, quien trabajó en la Universidad de Chicago y en la de Columbia; y a George Santayana, que nació el 1863 y murió en 1952, y se formó y enseñó en la Universidad de Harvard.
“¿Quiénes son éstos y qué los unió tanto en la vida, que aquí platican afablemente?” – quiso saber Dante que no conocía la cultura moderna.
– Ellos son los fundadores y exponentes intelectuales máximos del Pragmatismo, una filosofía que ha prosperado y que distingue a la cultura y la ciencia de los Estados Unidos – le expliqué.
“Esos Estados Unidos que me nombras, ¿qué son y dónde se encuentran?” – volvió a interrogarme el Maestro.
– Los Estados Unidos – respondí – son la potencia económica, geopolítica, tecnológica y científica más grande del mundo moderno, y se encuentra en el Norte del Continente Americano, que los antiguos llamaron el Nuevo Mundo.
– El desarrollo y progreso alcanzados allí, tanto en lo positivo como en lo negativo, tiene mucho que ver con el pragmatismo que enseñaron estos pensadores.
“¡Muchas gracias!” – me dijo el Maestro, agregando: “Escuchemos qué tienen que decirnos. Interrógalos con firmeza y no te dejes impresionar por los títulos y honores que estos hombres hayan recibido”.
Me acerqué a los cuatro hombres que continuaban platicando y les dije:
– Les presento al gran poeta y pensador florentino, Dante Alighieri, con quien estoy realizando un largo periplo por los mundos de ultratumba.
Al decirles eso tenía la intención de impresionarlos, pero el sorprendido fui yo, pues, por la nula reacción de estos pensadores ante el nombre del insigne poeta frente al cual estaban, comprendí que ignoraban su existencia, o que nunca leyeron sus obras sublimes, o que lo menospreciaban. Me limité a demandar lo que queríamos saber.
– Mi Maestro y yo deseamos conocer de viva voz el pensamiento de ustedes. En particular, me interesa saber qué los motivó a trabajar en los temas de la ética y la educación, en los que sé que descollaron en su tiempo.
Tomó la palabra Dewey: “Puedo decir algo en nombre de los cuatro, para comenzar. Fuimos educados en las filosofías anglosajonas del empirismo, el positivismo y el materialismo, que llegaron a nuestro país desde Inglaterra. Nos deslumbraron Hume, Berkeley, Hobbes, Locke, Bacon, y adherimos con entusiasmo a su ateísmo y sus concepciones empiristas del conocimiento”.
Intervino Holmes: “Había terminado la Guerra de Secesión, en que murieron más de 700.000 personas y quedó destruida una parte importante de la infraestructura y la economía de la nación. Estaban gravemente afectadas las convicciones tradicionales y los valores morales. Se imponía como gran tarea histórica la reconstrucción material, moral y espiritual, implicando la necesidad de definir un nuevo orden social y nuevas instituciones políticas, educacionales y jurídicas.
John Dewey retomó el hilo de lo que estaba explicando: “Aquellas corrientes intelectuales empiristas aportaban una nueva comprensión del conocimiento y convocaban al desarrollo de las ciencias, lo que para nosotros fue motivo de entusiasmo.
“Pero el abandono de la religión y de la filosofía del ser, junto a las influencias disruptivas de las teorías de la evolución de Charles Darwin, del inconsciente y el super-yo de Freud, y las incipiente investigaciones de la psicología experimental desarrolladas por Edward Thorndike, abrían un vacío en la indispensable fundamentación intelectual del sentido de la vida y en la concepción de la moral personal y social.
Lo interrumpió Holmes: “Y también era necesario dar orientación racional a la educación, al derecho, a las instituciones políticas y al ordenamiento económico, en una nación cuya vida intelectual y cultural se encontraba en formación”.
Tomó entonces la palabra William James. “Abandonadas las antiguas creencias dogmáticas y la concepción de una naturaleza humana común a todos los hombres, y dudando de que fuera posible conocer la verdadera realidad de las cosas más allá de sus apariencias y datos empíricos, era evidente que no es sostenible concebir ni imponer obligaciones morales incondicionales e inmutables.
Intervino nuevamente Holmes: “Una vez que se entiende que los hombres son diversos y libres, se descubre que hay una multiplicidad de formas de representarnos el mundo, y otras tantas maneras de buscar la felicidad”.
“En efecto – terció Dewey –, si no hay verdades aceptables para todos, ni es legítimo que alguien imponga sus ideas y su voluntad a los demás ¿con qué criterio definir y establecer lo que es mejor para los individuos y para la sociedad?”.
Retomó la palabra William James: “Nosotros respondimos esa pregunta afirmando que, como no existe para la vida humana ningún objetivo superior ni obligación que cumplir, no nos queda sino buscar un modo de vida llevadero, abandonando la fe religiosa, a menos que ésta nos proporcione dividendos prácticos.
“Podemos legítimamente aspirar a un bien personal y público finito, y propiciar una vida individual y social cada vez mejor. Podemos orientarnos a solucionar los problemas con perspicacia y pragmatismo, en base al conocimiento teórico y práctico que lleguemos a elaborar, sin pretender certeza alguna”.
Esta vez fue George Santayana quién se pronunció: “Si descartamos la búsqueda de la vida eterna y nos desentendemos por completo de cualquier pretensión de trascendencia, tanto el bienestar público como la felicidad privada dependerán de un tranquilo amor a la vida, estando conscientes de nuestra finitud y aceptando nuestra impotencia”.
Dante, que había escuchado todo esto sin decir palabra pero mostrándose muy desasosegado, exclamó dirigiéndose a mí más que hacia los cuatro filósofos que teníamos al frente:
“¡No logro entender cuáles fueron sus aportes a la sociedad, por los que son mantenidos en este Limbo cordial, en vez de estar sufriendo en el Infierno!”.
Al oír esta crítica de Dante, George Santayana se retiró del grupo explicando comedidamente que no era su intención discutir con nadie.
Recordé que teniendo sólo 49 años, Santayana abandonó Harvard y fue a vivir a Europa, pasando sus últimos 30 años en Roma, retirado en un Convento. No le interesaba destacar, ni discutir, ni competir, mostrando ser consecuente con su concepción melancólica de la vida. En esos años de retiro escribió numerosas cartas, ensayos, y sus memorias noveladas.
Fue William James quién primero respondió con orgullo y dignidad el desafío que había planteado Dante.
“Yo defendí la libertad y postulé la tolerancia, en un mundo donde prevalecían acentuadas tendencias dictatoriales que llegaban a América desde Europa y Asia. Allí los países estaban atravesando por cruentas guerras y conflictos, las que justificaban mediante ideologías dogmáticas.
“El método pragmático nos preservó de discusiones vanas y de conflictos perniciosos, llevándonos a trazar respecto de cada idea y proyecto sus consecuencias prácticas, y en base a ello a adoptar las mejores decisiones”.
Enseguida se adelantó John Dewey, que dijo:
“Propicié una educación en la que el profesor es un guía y orientador, basada en la experimentación y la elaboración de proyectos por parte de los educandos, donde en grupos reducidos escogen los temas, deliberan libremente, realizan actividades y experimentan soluciones.
“En el ámbito político, postulé un liberalismo que no se limitara a la carencia de restricciones y a la libre competencia, ni a dejar las decisiones generales en manos de los tecnócratas, sino que facilitara una vida social armónica mediante la participación de los ciudadanos en las deliberaciones políticas, construyendo en cada caso una unidad de intereses y propósitos”.
El último en defender sus aportes a la sociedad fue Holmes, y lo hizo con sencillez y convicción: “Yo contribuí a descorrer el velo de mentiras que ocultan pseudociencias de naturaleza falsamente espiritual, especialmente en el campo de la medicina.
“Advertí la conveniencia de cuidarse del ingenio perverso, de la erudición de oropel, de la imbécil credulidad y de las tergiversaciones engañosas.
“Orienté a la juventud a mirar hacia el futuro en vez de permanecer volcada hacia el pasado, y a construir el desarrollo personal y social con optimismo y esperanza”.
Dando por concluida el encuentro, Dante se despidió afectuosamente de los tres filósofos, rogándoles que explicaran a Santayana que su intención no había sido ofenderlo, y que le trasmitieran sus disculpas.
Pero después de unos minutos de caminar en silencio me comentó el Maestro:
“Encuentro un grave defecto en esa moral que llaman ‘pragmática’. En la ética que yo conozco, la norma o criterio que define si algo es moral o inmoral es algo que el sujeto de la acción conoce claramente, por ejemplo, él sabe que matar, robar, mentir son moralmente malos.
“Pero si el criterio para juzgar si las decisiones y acciones sean morales o inmorales son las consecuencias y efectos prácticos que produzcan, el sujeto al decidir no tiene cómo valorar su acción, porque los efectos prácticos que resulten de ellas sucederán y se conocerán sólo en el futuro.
“Como nadie es capaz de anticipar todas las consecuencias de sus decisiones y acciones, ni en el corto, el mediano y el largo plazo, el que decide la acción no cuenta con el supuesto criterio ético con el que debiera decidir y actuar.
“Si una decisión y acción sea buena o mala, no se sabrá hasta que ocurran sus consecuencias. El que actúa puede tener la intención de que sus consecuencias sean positivas, pero bien sabemos que el infierno está empedrado de buenas intenciones”.
Me quedé pensando, hasta que un rato después el Maestro me dijo: “Es preciso que ahora continuemos nuestro viaje”.
Entonces emprendimos camino cuesta abajo. Y a medida que descendíamos, los ambientes del Limbo se iban asemejando cada vez más a los que había conocido en el Infierno.
Luis Razeto
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