ESTACIÓN VEINTE
LO BUENO Y LO MALO, LO VERDADERO Y LO FALSO, LO BELLO Y LO FEO
Comenzamos a descender por un sendero escarpado. Mientras avanzamos, Dante me explicó que más allá de estas rocas encontraríamos tres círculos de piedras que van reduciéndose por grados, que son las causas de los males que causan los humanos en el mundo.
Yo lo escuchaba concentrado, seguro de que Dante continuaría una lección importante. Y en efecto, luego de una pausa, continuó explicando los cimientos más profundos de una ciencia racional de la ética, en los que pueda fundarse una civilización superior.
“Malo es lo que ofende al hombre, que lo empequeñece y lo lleva a ser inferior a sí mismo. Bueno es lo que lo eleva y lleva a ser más que lo que es.
– ¿Qué es lo que lleva a superarnos y a ser más que lo que somos? – pregunté.
“Tres son las cosas que elevan al ser humano, y que al buscarlas se engrandece y eleva hacia su más perfecta y plena realización. Ellas son la verdad, el bien y la belleza.
“La búsqueda de la verdad y del conocimiento de todo lo que existe, conlleva que cada realidad que el humano logra conocer, queda en su mente y pasa a formar parte de su conciencia, de su intelecto, de su espíritu, que con ello se expanden y enriquecen.
“La verdad lo hace libre, porque el conocimiento da al hombre la capacidad de servirse de las realidades que conoce, de transformarlas, de perfeccionarlas.
“El mal, en este sentido, consiste en despreciar el conocimiento, en no buscar la verdad, en persistir en la ignorancia, en complacerse en el error, en adherir a la mentira.
“Mantenidos en la ignorancia, la conciencia, el intelecto y el espíritu se encogen, se atrofian, se reducen.
“Si la mente se adhiere y mantiene en el error, la conciencia, el intelecto y el espíritu se deforman, se desfiguran, se retuercen, y pueden llegar incluso a adquirir las formas monstruosas de la falsedad y la mentira.
“Los que así vivieron en el mundo llegan al primero de los círculos de piedras que pronto visitaremos. Terminan en ese lugar, no porque alguien los envíe allí, sino porque ellos mismos se hicieron en sus vidas tal como los veremos en este mundo de las sombras.”
Dante calló un momento, y percibiendo que yo había comprendido bien lo que me había explicado, continuó:
“Existe un bien y una perfección posibles en cada cosa, persona, relación o circunstancia. Amar ese bien y desear y buscar la perfección conforme a la naturaleza de cada cosa, trátese de uno mismo, de otros humanos, de las plantas y animales con que compartimos la vida, y también de los ríos, las montañas, los mares, las lluvias, los vientos y toda materia existente en el universo, es lo que desarrolla y perfecciona nuestra voluntad, conciencia y espíritu.
“El deseo y amor que nos unen al bien que está en toda y en cualquier realidad existente, nos convierten en seres buenos, empáticos, pues el amor produce semejanza del amante con lo amado.
“El deseo del bien perfecciona la voluntad y la capacidad de amar; y cada realidad que el humano llega a amar en su propio bien, transfiere su bondad al sujeto, y esa bondad permanece en su conciencia, voluntad y espíritu.
“Y cuando el hombre y la mujer perfeccionan cualquier realidad, trátese de él o de ella misma, de otras personas, o de cualquier ser vivo o inerte que exista, se perfeccionan a sí mismos en su propio bien.
“El mal, en este sentido, consiste en despreciar la realidad, en no desear su bien, en permanecer en la indiferencia y la apatía, en complacerse en lo defectuoso, y aun más grave, en odiar el bien y la perfección de otros.
“Mantenidos en la indiferencia y la apatía ante el bien, la conciencia, la voluntad y el espíritu se mantienen encogidos, atrofiados, reducidos.
“Y si la voluntad se adhiere a lo defectuoso y nocivo, ella misma se deforma, desfigura, retuerce, y puede llegar incluso a adquirir formas monstruosas.
“Los que así vivieron en el mundo llegan al segundo de esos círculos de piedras que pronto visitaremos. Terminan en ese lugar. no porque alguien los castigue por su maldad, sino porque ellos mismos se hicieron en sus vidas tal como los veremos en este mundo de las sombras.”
Dante tomó un respiro, que aproveché para decirle:
– Maestro, con toda claridad procede tu razonamiento que distingue nítidamente el bien y el mal. Eres como un Sol que ilumina mi mente y la libera de toda confusión. Tan gratas son para mí tus explicaciones, que te ruego continúes y me ilustres sobre lo que encontraremos en el tercero de los círculos de piedra.
“Así como hay una verdad y un bien ocultos en toda realidad existente – continuó explicando mi Maestro –, así se encuentra, oculta o manifiesta, la belleza en toda cosa, en todo ser viviente, en todo ser humano.
“Apreciar la belleza de un árbol, de un paisaje, de un ave, de un insecto; la belleza de un río, de las montañas, de la luna, del viento, de la lluvia y la nieve; la belleza de los ojos, del rostro, del cuerpo de una mujer y de un hombre; la belleza de una obra de arte, de una poesía, de una escultura; la belleza de un razonamiento, de un teorema, de un lenguaje; la belleza del alma de una persona; en fin, apreciar y admirar la belleza manifiesta en toda realidad existente; develar ante la propia conciencia la belleza que en todo aquello pueda permanecer todavía oculta; e incluso más allá, tratar de embellecer aquello que es ya bello, buscando su perfección, son las actitudes y disposiciones que embellecen la conciencia y el espíritu.
“Al contrario, gustar de lo feo, apreciar lo horrendo, ensuciar lo hermoso, destruir lo bello, deforman, desfiguran y retuercen la conciencia y el espíritu, y pueden incluso llevar a que el sujeto adquiera formas interiores monstruosas.
“Los que así se comportaron en el mundo, terminan en el tercero de esos círculos de piedras que pronto visitaremos. Pero ahora dejemos todo esto, y sígueme, que es hora de ponernos nuevamente en marcha”.
La quebrada por la que debimos descender era tan escarpada y cenagosa que causaba espanto. El paisaje se veía enteramente ruinoso, y las piedras se desplomaban a mi paso, por el peso de mi cuerpo al pasar sobre ellas, mientras que Dante, como era puro espíritu, avanzaba sin dejar siquiera una huella.
En el primer círculo, el de los que no supieron buscar y encontrar la verdad, todo era confusión e insensatez; las sombras que eran allí multitudes, hablaban estupideces incomprensibles y nadie consentía nada que escuchara decir a otros.
En el segundo círculo las sombras se dañaban unas son otras, punzando sus cuerpos inmateriales con agujas, desgarrándose mutuamente con instrumentos cortantes, torturándose con los más viles procedimientos que mis estudios literarios me habían hecho conocer.
En el tercer círculo estaban seres horrendos, que al sólo mirarse unos a otros emitían alaridos de espanto.
Descendimos las tres cavidades lo más rápidamente que pudimos, sin detenernos a mirar ni a hablar con ninguno, pues por sólo observarlos a la distancia me provocaban arcadas y vómitos que no era capaz de contener.
Al verme en ese estado lamentable, el Maestro me reprendió con palabras firmes:
“Lo que te perjudica es la proximidad inevitable de estos seres torcidos, porque los errores, las maldades y las fealdades son como virus contagiosos que se transmiten fácilmente de unos a otros.
“Pero tu superarás estos efectos porque no eres de este mundo, y no has llegado aquí por curiosidad sino para adquirir un aprendizaje completo, mediante la experiencia directa de lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso, lo horrendo y lo bello.”
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