ESTACIÓN DIECIOCHO - LAS CONFESIONES DE LENIN

ESTACIÓN DIECIOCHO

LAS CONFESIONES DE LENIN

 

Mi guía avanzó por una estrecha calle que corría entre el muro de la ciudad y los sepulcros. Me pareció que buscaba una salida, por lo que me apresuré a decirle:

¡Oh, Maestro excelso! No es mi deseo molestarte; pero tú me has traído hacia estos lugares, y tengo un deseo que te pido me ayudes a satisfacer. ¿Es posible ver y hablar con alguno de los que yacen bajo estos sepulcros? Veo algunas lozas levantadas ...

¿Alguno en especial quisieras encontrar?”.

No lo sé, aunque sospecho que se encuentre aquí uno que cuando joven me fascinó, igual que a muchísimos otros, porque aseguraba que podía instaurarse el paraíso en la Tierra. Él encabezó una gran revolución internacional en nombre de los obreros, los campesinos y los soldados. Vladimir Ilich se llamaba.

Algo sucedió al mencionar ese nombre, pues sentimos unos ruidos subterráneos como de tierra que se removía. Me asusté y me puse detrás del Maestro, pero éste dijo:

¿Qué haces? No te escondas. Mira que el que querías encontrar se ha levantado de su tumba y puedes ya verlo desde la cintura hasta la cabeza”.

Entonces me volví y reconocí la inconfundible figura de Lenin, con el pecho erguido y su frente en alto, mostrando una gran dignidad, tal como lo había visto muchas veces representado en estatuas de mármol, de bronce y de acero. Sin mover una pestaña nos habló en corteses términos:

 

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No sé quiénes son ustedes, pero agradezco que me hayan llamado, permitiéndome salir de la tumba.”

Estamos aquí – le explicó mi Maestro – porque este hombre, que a diferencia de ti y de mi está vivo aun, regresará al mundo y a su tiempo habiéndose ilustrado por el conocimiento que obtenga en un extenso periplo por este mundo de sombras y de espíritus. Si has aparecido ante él, es porque algo de lo que digas habrá de servirle”.

Si es así – replicó la sombra de Lenin – enviaré por su intermedio un mensaje importante a los muchos seguidores que me han dicho que tengo todavía en el mundo, especialmente juventud.

Pues a menudo recibo noticias que me apesadumbran, a través de dirigentes del Partido que desde distintos países llegan a sepultarse en esta ciudad aherrojada. Anhelo explicar a los que persisten en seguirme, los errores muy graves que cometí.

Errores que se debieron a la pasión con que emprendí la lucha contra los opresores de mi nación y del mundo. Una pasión tan fuerte que obnubiló mi inteligencia excepcional, lo digo sin vanagloria porque es verdad, y reconociendo que el don del intelecto que recibí, no atenúa sino que agrava mis culpas y las hizo más peligrosas”.

Habla, que te escucho con gran interés, pues yo mismo cuando joven fui uno de los que se dejó llevar por tu verbo ardiente y tu intelecto crítico.

Dos libros me inspiraron en la juventud – dijo Lenin – La novela ¿Qué Se Debe Hacer? de Nikolái Chernyshevski, y El Capital de Karl Marx.

 

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El primero me insufló el espíritu revolucionario, representado por el joven que entrega su vida entera y sin matices a una causa superior.

Me hizo creer que estaban surgiendo en todas partes ‘hombres nuevos’, luchadores implacables en contra del orden social existente, y precursores de una nueva sociedad que surgiría de las cenizas de la anterior.

Me ilusioné y quise ser uno de ellos, el mejor, creyéndome inspirado, iluminado, el Mesías de mi tiempo.

Chernyshevski encendió mi corazón, convenciéndome de que era posible cambiar el mundo.

Marx atrapó mi razón con sus lúcidas críticas al mercado capitalista y al Estado opresor.

Me entusiasmó la propuesta de una economía en la que se aboliera la propiedad privada y también el Estado, y donde cada cual aportaría según sus capacidades y recibiría según sus necesidades”.

 

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Lenin tomó un respiro, que Dante aprovechó para increparlo: “¿Por qué culpas a otros de tus fechorías? ¡Cada uno es responsable de sus actos, de sus pensamientos y de su voluntad!

¿Piensas que en este mundo de los espíritus puedes seguir haciendo demagogia y postulando mentiras? ¡Habla con la verdad, o te ordenaré hundir en la tumba!”.

No me estoy disculpando – replicó la sombra de Lenin –, al contrario, trato de advertir respecto a lo que vuestro compañero de viaje dijo que también a él le pasó cuando era joven, de dejarse llevar por el verbo ardiente y el intelecto crítico, de los que fui un exponente eximio.

Pensar con la propia cabeza, y escuchar la voz de la propia conciencia, es lo sano. Y escuchar y leer las obras de muchos, sin tomar partido apresurado por uno u otro.

Porque aprendí tarde, lamentablemente, que la verdad se encuentra repartida entre todos los hombres y mujeres, que tienen experiencias diversas”.

Es sorprendente escucharte hablar así, Lenin, habiendo conocido y estudiado lo que pregonaste en vida – comenté.

Aquí, desprendidos para siempre del cuerpo que mantiene al alma atrapada, se sufre y se aprende. Y lo primero que supe al morir, fue el error que compartí con Chernyshevski y Marx, ateos y materialistas los dos.

Debo confesar, además, que soy aun más culpable que mis dos mentores, porque cuando conquisté todo el poder en mi Patria, impuse por la fuerza mis erróneas convicciones, encarcelando, torturando e incluso asesinando a quienes no pensaban como yo y se oponían a mi ideología.

 

Peregrinación 8n Lenin con masas armadas

 

Y no debe sorprenderte que hable así, como un predicador, porque mi castigo es realizar eternamente aquello mismo que aborrecí y odié en la vida, y pregonar en ultratumba las verdades que en mi vida negué”.

Si es así – le dije –, te invito a que expongas ahora y discutas conmigo los errores ideológicos del que, en el mundo, todavía hoy se conoce como marxismo-leninismo.

No puedo hacerlo, porque mi condena me obliga a confesar culpas y errores éticos, pero sin abordar cuestiones ideológicas y políticas, que suscitarían debates conceptuales interminables que corresponde a los vivos, en cada época, resolver”.

Al ver la sorpresa y las dudas que asomaron en mi rostro, Dante que estaba siempre atento a todo, me comentó:

En efecto, la ideología y la ética son cosas bien distintas y tienen escasa relación entre ellas. La ideología es colectiva, y las personas la asumen adhiriendo a una determinada fuerza, movimiento o agrupación grupal, generalmente masiva.

La ética es individual, y depende del desarrollo de las virtudes, o sea de la honradez, la veracidad, la responsabilidad, la prudencia, la templanza personal.

A una ideología se adhiere por intereses, por creencias, por argumentos y análisis intelectuales. A la ética se adhiere por formación moral, valores asumidos en la conciencia, desarrollo espiritual”.

Enseguida agregó: “Sé, porque lo comprobé en mi viaje anterior por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, que en el Infierno hay muchos cristianos, musulmanes y creyentes en Dios, y que en el Paraíso hay muchos ateos y agnósticos que profesaron ideologías erróneas”.

Me hubiera gustado entablar un debate teórico con Vladimir Lenin, pero tuve que resignarme a escuchar la confesión de sus pecados, que se pueden resumir en su desmedida ansia de poder, el odio que descargaba contra sus enemigos, la intolerancia frente a quienes pensaban distinto de él, el empleo mañoso de la argumentación, el juzgar a las personas y los hechos con doble estándar, y una interminable lista de defectos y vicios que ya no recuerdo pero que son comunes entre los políticos de izquierda.

Cuando hubo terminado de confesar sus pecados, y en respuesta a un simple gesto del pulgar de Dante, el busto de Lenin comenzó a descender hasta quedar enteramente sumergido en su tumba.

 

Luis Razeto

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