ESTACIÓN DIECISIETE
CIUDAD AMURALLADA Y CEMENTERIO DE DICTADORES
Después de un extenso recorrido divisamos un alto torreón, que formaba parte de una enorme ciudad amurallada. La circundaba un canal de aguas cenagosas, por lo que no era posible entrar en ella.
Vimos venir a lo lejos una lucecilla que al acercarse a nosotros entendimos que se trataba de una pequeña barca conducida por un solo galeote. Apenas estuvimos al alcance de su voz el hombre se puse de pie y exclamó: “Por fin llegáis, pecadores, os estaba esperando”.
Dante lo reconoció enseguida:
“Flegias, Flegias. Estás gritando en vano, pues no venimos castigados a este lugar sino enviados a cumplir una misión trascendente. Sólo debes trasladarnos hasta una puerta de la ciudad, y luego desaparecer de nuestra vista”.
Mi Maestro entró en la embarcación y yo tras él. Entonces me di cuenta de la diferencia entre el alma de un muerto y el cuerpo de un vivo, pues hasta no entrar yo a bordo la barca no parecía cargada, mientras que al subir a ella la quilla se hundió en el agua mucho más de lo que estaba.
– ¿Quién es éste que llamas Flegias? – pregunté a mi guía, porque todo me interesaba conocer.
“Mi maestro Virgilio cuenta en La Eneida – me explicó Dante –, que Flegias fue un gobernante que impuso una terrible tiranía, cambió las leyes del país de los Lapitas a su antojo, y gobernó con represión y sobornos. No es extraño que ahora se encuentre al servicio de esta ciudad amurallada”.
Así fuimos navegando por aquellas aguas muertas, pero de pronto apareció ante mí un espíritu cubierto de fango que me preguntó:
“¿Quién eres tú, que llegas aquí antes de tiempo?”
– Vengo, pero no para quedarme. Y tú, ¿quién eres?
“Uno que gime y llora”.
Entonces extendió las manos con la intención de asirse de la barca. Al verlo de cerca lo reconocí, por lo que repliqué sin dudarlo:
– ¡Vete de aquí! ¡Te reconozco! ¡Quédate con tus esbirros!
Dante me tomó la cabeza con las dos manos diciendo:
“¡Bendito eres porque te indignas así con la maldad! Ese habrá sido en el mundo un hombre soberbio. ¡Cuántos como él son considerados en vida grandes reyes, y cuando mueren caen al lodazal y no dejan tras de sí más que desprecio!”.
– Maestro – añadí. – A éste quisiera verlo sumergido en el fango antes de salir de este lugar.
“Antes de que lleguemos al otro lado podrás gozar de lo que quieres.” – me dijo Dante.
No pasó mucho tiempo antes de ver gran cantidad de sombras fangosas que se burlaban de aquél y lo arrastraban al fondo exclamando:
“¡A él! ¡Al dictador, el violador de los derechos humanos!”.
Y entonces la sombra oscura de ese hombre volvió contra sí mismo su rabia y se desgarraba con los dientes.
Pronto lo dejamos atrás, y no quise saber ya nada más de él.
Sucedió luego que se escuchaban explosiones y disparos de armas de diferentes calibres que dañaban mis oídos, por lo que abrí mucho los ojos para descubrir su origen. Divisé a lo lejos luces rojas y brillantes como de fuego. El Maestro me explicó:
“Nos vamos acercando a una ciudad populosa donde abundan ejércitos, policías y asesinos”.
Finalmente llegamos al borde del gran foso que circundaba los muros de la ciudad, que me parecieron ser de hierro.
La barca se detuvo y el galeote nos gritó: “Bajen de la barca, que adelante está la puerta”. Pero ésta se encontraba fuertemente protegida por soldados armados que impedían la entrada.
Dante intentó convencerlos que nos dejaran entrar, y después de mucho tratar con los guardias, éstos cedieron parcialmente permitiéndole pasar a él solamente. Les escuché decir:
“Ven tú solo, y que se vaya ese que ha tenido el atrevimiento de llegar hasta aquí estando vivo. Seguramente es un espía, o alguien del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, que viene a entrometerse donde no ha sido llamado. Nuestras órdenes son estrictas. ¡Ése no podrá cruzar esta puerta!”.
Escucharlo me produjo un gran temor, pues el encuentro con dictador y lo que ya podía intuir que ocurría en esa ciudad aherrojada y en su entorno, me tenían extremadamente alarmado. Por eso rogué al Maestro temiendo que, si me abandonaba, ya no podría regresar a la Tierra:
– ¡Oh mi querido guía! ¡No me dejes en este trance! Si se nos impide continuar, mejor es que volvamos sobre nuestros pasos y que nos alejemos de aquí.
“No temas – me dijo –, pues nadie puede impedir el paso de quienes han sido autorizados por Dios. Yo entraré a exigir que te permitan la entrada. Tú quédate aquí y espera mi regreso.
“Anima tu mente con pensamientos positivos y permanece con la seguridad de que no te dejaré solo en este mundo infernal”.
Entonces mi amigo se alejó y me quedé solo, experimentando un gran temor porque en mi imaginación se generó una lucha entre el ser y el no ser, entre el sí y el no.
No pude escuchar la discusión que se entabló entre mi Maestro y aquellas sombras impías, la que no duró mucho porque aquellos se retiraron, entraron en la ciudad precipitadamente, dando un portazo en las narices de Dante.
Éste, para mi tranquilidad quedó fuera, y se encaminó hacia donde yo estaba, a paso lento, con la mirada en el suelo y el ceño fruncido. Suspiraba diciendo:
“Me negaron la entrada”. Y dirigiéndose a mí exclamó: “No te preocupes de verme enojado, porque venceremos esta prueba. El comportamiento de esa gente ha sido siempre el mismo, porque temen que se conozca lo que hacen. Te aseguro que encontraremos cómo entrar allí, porque alguien vendrá a ayudarnos”.
Después de un momento, alzando los ojos y con un puño en alto agregó:
“¡Nosotros debemos vencer su resistencia! Alguien ofreció ayudarnos; pero tarda demasiado. No será sin ira y fuerza que podremos traspasar estos muros.”
Al escuchar hablar así al Maestro me asusté muchísimo, porque soy hombre de paz y me aterra la violencia.
Al ver mi señor que mi rostro empalidecía, trató de mostrarse calmado y seguro. Se detuvo, con la actitud de quien se esfuerza en escuchar, con la vista fija como tratando de ver a través de la neblina. Después de una espera que me pareció interminable, mi Maestro sentenció:
“¡Ya llegan! ¡Y son multitudes!”.
En efecto, aguzando la vista y los oídos, también yo empecé a percibir que se acercaban multitudes de caminantes que enarbolaban banderas de múltiples colores, gritaban consignas libertarias, hacían repiquetear cacerolas y tambores, entonaban canciones y marchaban portando pancartas con eslóganes, lemas y consignas aguerridas.
No tardaron en llegar hasta nosotros, y entonces mi amigo Dante asumió una actitud de liderazgo y encabezó la marcha hacia la puerta de la ciudad aherrojada. Llegados ante los guardias alzó la voz e inició una encendida proclama de liberación, que inició con estas palabras:
“¡Cómo os atrevéis a oponeros a la voluntad del pueblo, que es la voluntad del mismo Dios!”.
Concluyó con una arenga que levantó aún más de lo que ya estaban los ánimos de la multitud de los espíritus marchantes.
Ante la fuerza de su discurso y el estrépito que levantó la multitud desafiante, los guardias huyeron despavoridos, dejando desprotegida la entrada.
Dante agradeció enseguida a las masas que vinieron en nuestra ayuda, las despidió aconsejándoles que retornaran en paz a sus hogares, y tomándome de la mano me condujo al interior de la ciudad aherrojada, sin encontrar resistencia alguna.
Yo tenía mucho interés en conocer lo que se escondía en aquella fortaleza, y esperaba encontrar ejércitos y postaciones militares. Sin embargo, ante mi vista se extendía solamente un campo, como una gran llanura, en el cual se percibía un gran sufrimiento.
Fijando mi atención descubrí que por doquier se encontraban sepulcros y tumbas, en diferentes planos, muchas de las cuales estaban semiabiertas, y de ellas salían llamas de fuego ardientes como de hierro fundido.
Junto a la visión del fuego pude oír gritos lastimeros que me hicieron pensar en los horribles castigos que padecían aquellas almas perdidas.
– Maestro – pregunté – ¿quiénes son estos que se encuentran enterrados en sus tumbas y que dejan sentir sus quejidos dolientes?
“Estos – me contestó Dante – son los tiranos y dictadores de todos los colores: fascistas, nazis, comunistas, islamistas, nacionalistas, populistas y de varias otras ideologías políticas perversas, que pretendieron establecer por la fuerza en sus países la paz de los cementerios.
“Ellos se encuentran aquí junto a sus secuaces, los torturadores, violadores, informantes y cómplices activos y pasivos, que sufren los dolores del fuego eterno con mayor o menor intensidad según la magnitud de sus delitos”.
Luis Razeto
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