ESTACIÓN TRECE
FALSIFICADORES DE CAUSAS NOBLES
Continuamos avanzando sin salir del círculo que custodiaba Cerbero. Pronto ingresamos a un islote completamente seco, cubierto de sal endurecida, rodeado de aguas muertas.
Las sombras que allí habitaban estaban vestidas lujosamente según las modas de sus respectivas épocas, cubierta la cabeza con sombreros de variados colores y formas; todo muy elegante, aunque descolorido y raído por el transcurso del tiempo.
Estaban parados en diferentes lugares, sobre piedras puntiagudas donde les era difícil mantener el equilibrio. Tenían los ojos cubiertos con vendas negras y los oídos taponados por conos rojos que parecían zanahorias, por lo que comprendí que nadie miraba lo que hacían los otros ni escuchaba lo que dijeran e hicieran.
Todos golpeaban repetidamente sus manos una contra la otra, y enseguida se sacaban el sombrero como si saludaran a multitudes que los estuvieran aclamando.
Una asociación de imágenes me recordó una escena de El Principito, llevándome a exclamar.
– Me haría muy feliz encontrar en este viaje, pero en algún ambiente grato, a Antoine de Saint Exupéry, a quien agradeceré eternamente haberme ayudado a crecer con sus obras sublimes.
“Si fuera útil para tu aprendizaje y conocimiento del mundo, ten por seguro que lo encontrarás. Pero debes tener paciencia porque nos esperan muchos lugares que conocer, antes de subir al lugar donde habitan los buenos.” – replicó mi Maestro.
– ¿Quiénes son éstos? – le pregunté indicando a los que estaban ya a cien metros frente a nosotros.
“No tengo idea” – me respondió Dante. “Debe ser algún tipo humano que se haya puesto de moda después de que mi espíritu dejara la Tierra. Acerquémonos y veamos qué tienen para decirnos”.
Nos acercamos a pocos pasos de donde estaban los primeros, y Dante les exigió con gran autoridad que nos contaran quiénes eran y por qué se encontraban allí; pero nadie dio señal alguna de haberse percatado de nuestra presencia.
Entonces mi guía se acercó a uno de ellos y empleando sus dos manos le arrancó las zanahorias que le tapaban los oídos. La sombra se giró hacia nosotros, sorprendida, y Dante le sacó la negra venda que cubría sus ojos.
Pero el hombre continuaba golpeando las palmas de sus manos e inclinándose en espera de aplausos y lisonjas. Mi Maestro le ordenó:
“¡Deja de moverte y atiende mis preguntas! ¿Quiénes son, y por qué se encuentran en este témpano de sal que no consiente que germine aquí la vida?”.
“Puedo hablar por mí – respondió la sombra doliente dándose cuenta, tal vez por primera vez, de que no se encontraba sola en aquél lugar desierto –, pues no conozco a estos, cuya existencia percibo recién ahora que has sacado la venda que cubría mis ojos y los conos que tapaban mis oídos”.
Como se quedó callado mirando a sus desconocidos compañeros, lo conminé a responder las preguntas de mi Maestro.
– ¡Habla de una vez – le dije –, pues no hallo la hora de dejar atrás estos círculos infernales y remontar hacia regiones más amables! Cómo te llamas.
“Nadie”.
– Nadie no es un nombre.
“Aquí en este mundo de las sombras soy nadie. En el mundo fui Director de una gran empresa de ingeniería y construcción que fundó en Brasil mi abuelo don Norberto Odebrecht y que hizo prosperar con gran dedicación y esfuerzo.
“Cuando asumí la dirección de la empresa, ya operaba en muchos países, ejecutando grandes obras, puentes, carreteras, aeropuertos, perforaciones petroleras. Heredé la empresa del abuelo, pero no su fama.
“Yo envidiaba la honra y los honores que se brindaban a mi abuelo, lo que me hacía sufrir, porque no obstante ser recibido en todos los ambientes del poder y del dinero, todas las alabanzas las referían a mi abuelo y nunca a mí. Anhelaba reconocimientos y honores que no obtenía aunque grandes eran mis esfuerzos y mis logros.
“Para peor, desde el mundo de las comunicaciones y de la política me expresaban desprecio, e incluso odio, que si bien no eran mayores de los que reciben habitualmente los empresarios exitosos, me afectaban sobremanera.
“Fue entonces que se difundió en Brasil y en casi todo el mundo la idea de que las empresas debían asumir una especial responsabilidad social. Comprendí enseguida que el movimiento por la Responsabilidad Social de la Empresa me daba la oportunidad que tanto deseaba, de hacerme respetado y querido por los medios, los políticos y el público en general.
“Era tan sencillo como destinar parte de las ganancias de la empresa a financiar escuelas, proyectos ecológicos, actividades en favor de los pobres, becas para jóvenes, programas de desarrollo local y cuanta causa se ponía de moda.
“Al principio los accionistas de la empresa se quejaron diciendo que repartía lo que no era mío sino ganancias de todos los socios; pero los convencí de que lo más importante para la empresa es su reputación.
“Nos dieron numerosos premios, medallas y reconocimientos que nos calificaban como Empresa Socialmente Responsable, y yo recibí grandes honores y agradecimientos.
“No me costó descubrir que aun más valioso para la empresa, para mi prestigio, y para el bien de la comunidad, era financiar directamente la política, que se preciaba de ser el principal servicio público en pro del bien común.
“Después sobrevino la maldición y todo se fue a pique. Pero eso es otro cuento, porque si estoy aquí, no es por haber sido un empresario exitoso, ni por recompensar a los políticos que favorecían nuestras propuestas, pues por aquellos delitos recibí condena en Brasil y pasé varios años en la cárcel. Lo que me tiene aquí condenado eternamente, es la cuestión de la Responsabilidad Social Empresarial”.
– Sí, un movimiento discutido y discutible – aseveré, y dirigiéndome al Maestro le pregunté: – ¿Cómo es que el castigo sea mayor por tergiversar el sentido de un movimiento social bien intencionado, que por cometer graves delitos contra las leyes?
Dante se mostró sorprendido de mi pregunta, pero enseguida complaciente me explicó:
“Lo que en estos círculos infernales se castiga no son los delitos que atentan contra las leyes humanas, que son juzgados en el mundo en conformidad con las mismas leyes.
“Aquí se castigan los pecados contra el espíritu, que dañan el alma de los pueblos porque inducen a la pérdida de la fe, de la esperanza y del amor.
“Pecan contra el espíritu los jueces que llevan al pueblo a descreer de la justicia; pecan contra el espíritu los intelectuales que llevan a los jóvenes a descreer de la verdad; pecan contra el espíritu los que dañan causas nobles y valores morales y espirituales”.
No teniendo nada más que agregar, Dante vendó los ojos del desencarnado y le metió con fuerza las zanahorias en las orejas. El pobre hombre continuó aplaudiendo y saludando con el sombrero, en la más absoluta soledad.
Después interrogamos a uno que había dirigido la empresa chilena Soquimich, y su confesión fue similar a la de condenado anterior. Y así varios otros que confesaron haber dañado movimientos de alto valor moral, como el Cooperativismo, el Solidarismo, el Altruismo y otros similares.
Luis Razeto
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