ESTACIÓN ONCE - ENCUENTRO CON FILÁNTROPOS MISERABLES

ESTACIÓN ONCE

ENCUENTRO CON FILÁNTROPOS MISERABLES

 

La alegría duró poco, porque sin darme cuenta nos encontramos al interior de otra infernal cavidad.

Caía en ésta una lluvia helada y persistente, acompañada de granizos y nieve negruzca y fétida, que se precipitaba en aluviones que arrastraban todo tipo de artefactos, juguetes, baratijas y trozos de papel con que se acostumbra envolver los regalos.

Apenas ingresados se nos apareció un animal monstruoso, que emitía ladridos feroces por tres hocicos con los que amedrentaba a todos los que se arrastraban por el suelo fangoso.

Sus ojos parecían carbones encendidos, mantenía una barba negra grasienta y hedionda, y con largas pezuñas en sus patas desgarraba las almas de los que iba encontrando a su paso.

Al vernos llegar la bestia mostró sus colmillos para amedrentarnos.

Esta bestia cruel se llama Cerbero – me explicó el Maestro –, y es preciso callarlo pues sus ladridos no nos permitirán escuchar lo que estos desgraciados tengan que decirnos.

Sé cómo domesticarlo, pues me lo enseñó Virgilio. Igual que muchos vociferantes en la Tierra, se calla y aquieta cuando recibe un bocado”.

Diciendo esto Dante cogió unos puñados de tierra y los lanzó hacia las gargantas del animal, el cual cerró sus tres horrendas mandíbulas y se echó al suelo como un perro faldero que espera el favor de su amo.

 

Peregrinación 11 Cerbero

 

Pensé que la experiencia de los condenados habitantes de este círculo podría ser útil para comprender mejor al ser humano, por lo que solicité a mi guía que entráramos al interior del círculo para conversar con algunos.

Nos acercamos a un grupo en el que destacaba un hombre de cabello blanco, porte distinguido y vistiendo el que antes fue un lujoso traje, que era tironeado desde uno y otro costado por una multitud de sombras oscuras. Comprendí que algunos le pedían dinero y otros le exigían consejos financieros.

Quiero hablar con ése – dije en voz alta, imaginando que al expresarlo, mi deseo pudiera cumplirse.

Y así fue, porque al instante Cerbero lo llamó y obligó a ponerse frente a nosotros. Ordené con voz decidida:

Dinos quién eres y explícanos por qué te encuentras en este lugar oscuro, y por qué esa multitud de sombras te pide dinero y consejos.

Mi nombre no puedo decirlo, y en verdad lo lamento. Uno de los castigos que me han impuesto, es que mi nombre desaparezca del recuerdo histórico, aunque fui famoso y sumamente reconocido en vida.

Obtener fama y renombre fue el norte de mis acciones, y lo conseguí con creces, si bien comprendo ahora la vanidad y pequeñez de aquél empeño.”

Podrás, al menos, decirnos por qué llegaste a este lugar al convertirte en sombra.

Fui uno de los hombres más ricos del mundo. Amasé mi fortuna a través de la especulación financiera, ámbito en el cual fui el primero entre los primeros, guiándome por máximas crueles que yo mismo inventé:

Mientras peor sea la situación de una empresa o de un país, mayor es el potencial de ganancias que puedo allí obtener con mi dinero’.

Opera en el mercado con el único objetivo de obtener ganancias, sin pretender entretenerte ni hacer el bien, porque así sólo pérdidas obtendrás’.

Busca los negocios prósperos que tengan fundamentos débiles, y apuesta contra ellos’.

Guiado por estas ideas, en 1992 llevé a la quiebra al Banco de Inglaterra, e hice que el Estado británico perdiera 24 mil millones de libras, obteniendo yo mil millones de dólares. Obtuve ganancias gigantescas provocando colapsos financieros en varios países.”

Yo te conozco, eres el famoso magnate húngaro, de origen judío, naturalizado estadounidense. Bien te mereces estar aquí – le dije sin poder ocultar la rabia que me producían sus palabras. Su respuesta me dejó aun más sorprendido:

Pero has de saber que no estoy aquí por haber sido un exitoso inversionista financiero, porque en ese ámbito no hice más que operar con las reglas del juego establecidas. Estoy aquí, condenado y sin salvación posible, por mi obra como filántropo”.

Explícame eso, porque no lo entiendo.

Verás. Me atraía la riqueza; pero más deseaba yo la fama. La gente me odiaba por mis éxitos en los negocios y mis modos eficaces de ganar dinero, y eso me disgustaba. Ideé entonces el modo de obtener el favor y el amor tanto de las élites políticas como de los movimientos sociales.

Creé una fundación filantrópica, y destiné parte de mi fortuna a hacer donaciones para favorecer todas las causas que en cada momento encontraban el favor de las multitudes.

 

Peregrinación 11 pintura negra de goya

 

Financié campañas de políticos populistas; otorgué abundantes y generosas becas a jóvenes líderes feministas, abortistas, LGTB, animalistas e incluso anti-sistémicos; hice donaciones a ONGs de las más variadas causas y orientaciones; apoyé partidos políticos e instituciones académicas del Tercer Mundo.

Todo y siempre condicionando mis dádivas a que los receptores tuvieran o adoptaran concepciones keynesianas y estatistas, de modo que las economías de esos Estados fueran a la ruina.

Cuando, después, ello sucedía, yo apostaba fuerte en el mercado contra esos países, obteniendo así pingües ganancias. Donaba con una mano y recogía con la otra, en un círculo lúcido y perverso, pero genial ¿no te parece?”.

Yo escuchaba atento, entre asqueado y fascinado, el relato de ese individuo maldito. Quise preguntarle detalles de sus negocios, pero intervino Dante exigiendo a Cerbero que lo hiciera callar y que lo mandara a sumergirse en la mitad de una laguna de fango que se veía al otro lado del círculo.

Cuando el magnate filántropo desapareció de nuestra vista me acerqué al Maestro y le dije, sorprendido:

Ése cuya confesión acabamos de escuchar, no ha muerto, que yo sepa. ¿Cómo es que su sombra se encuentra ya en este lugar?

Dante no demoró en aclarar mi duda. “En mi viaje anterior por el infierno, también yo me sorprendí al encontrar contemporáneos míos que aun vivían. Supe entonces que hay algunos sujetos tan imposibles de redimir, que sus espíritus mueren antes de que fallezca su cuerpo”.

Continuamos caminando hasta que nos topamos con un tipo baboso que vestía una elegante pero hedionda sotana negra manchada de residuos de comidas y vestigios de sexo.

Y tú ¿quién eres y por qué estás en este lugar asqueroso? – pregunté.

Fui jesuita. En vida reconocido, admirado y ensalzado. Era el capellán y mandamás de una prestigiosa fundación, un Hogar de beneficencia cuyo nombre no está permitido mencionar en este infierno.

El Hogar lo fundó un hombre bueno y santo de la Compañía, a quien yo envidié en secreto desde que fui su discípulo en el noviciado. Quería para mí la fama de santo que tenía ese hombre, por lo que después de su muerte me propuse y conseguí que me pusieran a cargo del Hogar que él había creado y dirigido.

 

Peregrinación 11 la envidia

 

No era fácil apropiarse de su imagen, porque ese hombre era un luchador social, un intelectual, un maestro en todo sentido, y nada de eso podía yo alcanzar.

Pero fui capaz de impulsar la beneficencia, aprovechando mis contactos con las clases ricas y con los ex-alumnos de los colegios de la Compañía.

Como continuador de su obra de caridad, intenté por todos los medios hacer que su imagen de santidad se asociara entera y exclusivamente a esa fundación de caridad que él creó y que yo dirigía.

Junto con acrecentar los recursos para el Hogar, cultivé con astucia mi propia imagen como el verdadero continuador de su legado social, moral y religioso. Me apropié de la camioneta con la que él recorría las poblaciones, y la usé para despertar la generosidad de los ricos.

Organicé fiestas y eventos masivos en los que prediqué la caridad empleando el tono y algunas frases escogidas del santo, evitando cuidadosamente hacer referencia a su lucha social y a su obra intelectual. Yo, igual que él, era un puente entre los ricos y los pobres.

 

Peregrinación 11 filantropía

 

Logré así vestirme con el aura de santidad del hombre que secretamente envidiaba. Me amaban los ricos cuya conciencia culpable tranquilizaba, y me amaban los pobres a los que favorecía con donaciones, siempre que me fueran fieles y me rindieran culto.

Los medios de comunicación me ensalzaban. Los engañé a todos, logrando incluso la complicidad de los sacerdotes de la Orden y de no pocos connotados ex-alumnos de nuestros colegios.

Llegué a estar tan cerca de los ricos y tan lejos de los pobres, que el dinero que me entregaban los primeros, era mucho más que el que podía invertir en el Hogar en beneficio de los pobres.

Esto me permitía entregar buena parte de lo que me daban para los pobres, a otras obras de la Compañía, especialmente colegios, revistas y Universidad, de modo que me convertí en intocable al interior de la Orden.

Y, por supuesto, reservaba para mí lo necesario para todos los placeres que quisiera, incluyendo torcidos favores sexuales que exigía a jóvenes mujeres a las que favorecía con becas y donaciones.”

Éste cura fue mucho peor que el filántropo magnate – comenté a Dante, quien entonces pidió a Cerbero que lo castigara mandándolo a la laguna de fango y que allí se mantuviera sumergido eternamente.

Continuamos caminando y observando lo que en el círculo sucedía. Nos encontramos con fundadores de entidades que yo conocía bien por su prestigio como donantes de todas las causas que se ponían de moda entre las ONGs del mundo, y a las que ellos contribuían con sustanciales aportes.

Estaban allí sufriendo las penas del infierno, representantes de la Rockefeller Foundation, la Ford Foundation, la Fundación David y Lucille Packard, la Fundación MacArthur, la Fundación Andrey Mellon y muchas otras.

Me llamó la atención que las actividades que realizaban formando grupos, tenían un patrón común. Al centro de cada grupo estaba el filántropo, benefactor o donante, y a su alrededor se extendían conjuntos numerosos de gentes que les tendían sus manos temblorosas, los arañaban, les rasgaban las vestimentas, les exigían dinero, regalos o servicios de los más variados tipos.

Los filántropos les arrojaban billetes y monedas, que entremezclaban con condones, píldoras, implantes, anillos y otros artefactos que no supe distinguir, acompañados siempre de panfletos que promocionaban el control de la natalidad, el aborto, el veganismo y diversas otras causas de supuesto beneficio social.

Dante me hizo ver que una característica de esas clientelas de mendicantes era el empeño que ponían en llamar la atención de los donantes, exhibiendo ante ellos su indigencia, infortunio o desventura, y presumiendo de su desgracia como si se tratara de un trofeo.

Estaban los que les hacían ver sus cuerpos enfermos y apestosos; otros indicaban que tenían hambre; los de más allá se limitaban a mostrar que eran sordos, o ciegos, o mutilados, o que eran tontos, o que estaban afectados por alguna aflicción de la mente.

 

Peregrinación 11 Mendigos

 

 

Acompañados siempre de niños, de muchos niños famélicos, pretendiendo al mostrarlos despertar la piedad, todos ostentando sus miserias como si fueran galardones que los hacían merecedores de la ayuda que repartían los donantes.

El castigo para ellos – me explicó el Maestro –, es permanecer en esos estados de miseria eternamente y sin dejar nunca de lamentarse. Tal como lo hacían en vida, nunca superándose, porque así podían continuar calificando como menesterosos necesitados de caridad”.

¡Qué tristeza me dieron esos niños! ¡Y cuánta rabia los que de ese modo abyecto los usaban!

 

Luis Razeto

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