ESTACIÓN DIEZ - CONVERSANDO CON DANTE SOBRE EL AMOR Y EL SEXO

ESTACIÓN DIEZ

CONVERSANDO CON DANTE SOBRE EL AMOR Y EL SEXO


Continuamos avanzando por el escarpado sendero a cuyos costados se abrían las cavidades de los distintos tipos de condenados. Dante caminaba a mi lado en silencio.

Noté que su rostro, habitualmente vivaz y exultante en su viril belleza, estaba sombrío dejando entrever tristeza y melancolía. Le pregunté compasivo:

¿Qué te sucede, amigo Dante, que te noto enternecido? ¿Qué tristezas esconde tu silencio y tu rostro alicaído?

Se volvió hacia mí después de pasar el dorso de su mano sobre sus ojos húmedos de lágrimas retenidas. Luego, evitando mirarme a los ojos y volviendo su rostro hacia el camino me explicó:

Sucede que en el próximo círculo de los condenados me encontraré con dos viejos amigos, poeta él, y ella aficionada al canto lírico, que sufren la desventura del infierno en el círculo de la lujuria, que será nuestra próxima parada”.

Como Dante guardó silencio comenté, para animarlo a que me abriera el secreto de su tristeza:

¿La lujuria? Hace años que no escuchaba esa palabra. Tal vez no sabes que en mi tiempo el sexo y sus placeres, cualquiera sea el modo de experimentarlos, no son considerados vicios mientras sean practicados privadamente y con el consentimiento de los participantes. ¿Puedes contarme la historia de esos amigos con los que vamos a encontrarnos?

Dante me miró extrañado, dándome a entender con una divertida sonrisa que no creía que fuera cierto lo que le había dicho sobre la manera de concebir el sexo en la actualidad del mundo.

Pero enseguida, volviendo a mostrarse compungido me contó la historia de los jóvenes amantes que tan triste lo ponían.

Ellos se amaban con amor dulce y puro, o como mejor puede decirse, estaban poseídos por el espíritu del amor. No sé si tanto como era y es todavía y será por siempre mi amor por Beatriz. Pero el de ellos era mutuo y feliz, no como el mío que no fue correspondido.

Paseaban juntos, cantaban y leían dulces historias de amor. Buscaban en todo recuperar la belleza. Pero se dejaron llevar una tarde por la pasión de los sentidos. Recuerdo exactamente las palabras con que ella, sollozando, nos confesó a Virgilio y a mí las circunstancias en que se produjo su desvío.

Una tarde – nos dijo – por entretenernos, leíamos la historia de Lanzarote. Estábamos solos, y con frecuencia nos mirábamos amorosamente durante la lectura. Con los pasajes más apasionados se encendían de rubor nuestras mejillas, pero manteniendo siempre el recato.

Cuando llegamos al pasaje en que Lanzarote fue vencido por el amor y apagó con un beso la sonrisa de su amada, mi poeta enamorado, trémulo de pasión, imitó al caballero de la novela y me dio un beso en la boca. Aquella tarde ya no leímos más.”

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Dante guardó silencio y me miró esperando que dijera algo. Sólo atiné a preguntar:

¿Y eso les hizo merecer el infierno en que se encuentran?

Sucedió que pocos días después murieron, sin haberse confesado.

Pero un castigo así es una injusticia mayor, diría que infinita, si proviene del juicio de Dios.

Dante guardó silencio, sin atreverse a emitir un juicio sobre lo que en su época enseñaba la Iglesia. Luego de sentarnos sobre unas grandes piedras a la orilla del camino, me contó cómo aquellas creencias enturbiaron su juventud con remordimientos, desasosiego e inquietud.

Dante me habló de su amor espiritual por Beatriz, que comenzó cuando apenas tenía nueve años. Fue un amor de sólo miradas y sonrisas a distancia y al pasar. Un amor que impregnó su alma de poesía y elevado espíritu.

Pero ese amor divino no le impidió experimentar con ardientes pasiones, el amor profano con gentiles damas que formaban una corte de admiradoras del alegre y libertario grupo poético formado alrededor de su amigo Guido Cavalcanti, al que fue invitado. Allí se cantaban y se contaban unos a otros los amores que les embriagaban los sentidos.

 

Peregrinación 10 Desayuno sobre la hierba

 

Me habló Dante del origen de su infidelidad, pues no queriendo enturbiar su amor por Beatriz hablando de ella con sus amigos, decidió encontrar una mujer que fuera como pantalla de su verdadero amor.

Todo comenzó en una iglesia, habiéndose sentado en un lugar desde el cual podía mirar y admirar a Beatriz.

En línea recta entre ella y yo – me explica – estaba sentada una hermosa mujer, de muy agradable aspecto, que me miraba con frecuencia, maravillada de mi propio mirar porque creyó que mis ojos se orientaban hacia ella.

Ahí comenzó una relación de la que me arrepiento. Mis amigos creyeron que yo estaba enamorado de ella, y yo les dejé creer eso, fingiendo amor.”

El relato triste de Dante continuó informándome que aquella aventura llegó a oídos de la dulce y honesta Beatriz, que desde entonces no volvió a mirarlo, y que incluso en cierta ocasión le pareció que se reía de él con sus amigas, desdeñosa.

Cuando aquella mujer pantalla y defensa del verdadero amor debió partir de Florencia, Dante pasó de una relación a otra, sin quedar nunca satisfecho y terminando siempre con remordimientos por su infidelidad con la mujer que amaba y consigo mismo.

Llegó a enfermarse, deprimido y melancólico, pasando días y noches enteras pensando en la fragilidad de la vida y del amor, y en la muerte inevitable.

Me dijo que cuando Beatriz falleció a los 24 años, él experimentó una transformación espiritual profunda, que se manifestó no sólo en su vida sino aun más hondamente en su poesía.

Pero hasta ahí dejó Dante el relato, pues no hubo modo de hacer que continuara su confesión, por más que yo lo incentivé relatándole mis propias aventuras y desventuras juveniles.

Mi guía se puso de pie y reemprendió la marcha. “En el lugar al que vamos a entrar – me explicó – los internos padecen en dos niveles. Abajo hay un fango oscuro donde se retuercen y frotan unas contra otras, las sombras de los pervertidos: violadores, pedófilos, masoquistas, estupradores, acosadores, engañadores, y todos los que se dejaron llevar por la lujuria y el sexo descontrolado y sin amor.

Por el aire revolotean, en parejas como mis amigos el poeta y la cantante, o solitarios, todos los que fornicaron por amor o simplemente llevados por el deseo o la pasión sin dañar a otros. Pero todos sufren el castigo por haberse dejado llevar por los deseos del cuerpo sin respetar las normas y exigencias establecidas por la Iglesia”.

No quise decir nada, malhumorado por lo que me parecía tan injusto castigo de algo que está en la naturaleza humana, y que no entiendo que sea regido por una institución que, como todos saben, predica pero no practica. Así fue que entramos en silencio al círculo en cuestión.

Lo que allí vi fue en verdad alucinante. La cavidad estaba oscura y se escuchaba un fuerte bramido, como en alta mar en mitad de una tormenta.

Un hediondo charco de barro e inmundicias del tamaño de una gran laguna, surcado por oleadas de excrementos que se deslizaban en distintas direcciones, era el ambiente donde se revolcaban y frotaban unos con otros una infinidad de cuerpos deformados, cuyos órganos sexuales viscosos y anormalmente grandes se tensaban y aflojaban en sucesión frenética.

No soportando una visión tan angustiante me volví hacia donde se encontraba el Maestro. Lo sorprendí mirando hacia lo alto, donde transitaban lentas oscuras nubes, sin que apareciera sombra alguna de amantes pecadores.

Dante volvía la mirada hacia uno y otro lado, y comprendí que esperaba encontrar a sus antiguos amigos, el poeta y la cantante lírica, que no aparecían.

Te reconozco” – escuché decir a una voz ronca, y volviéndome en la dirección de donde provenía, vi una figura imponente que imaginé se trataba del regente del lugar. – “Tu eres Dante, que hace siete siglos nos visitaste y en este mismo lugar tuviste un largo diálogo con una pareja de jóvenes amantes.”

Sí, yo soy.” – respondió el Maestro. “Con ellos espero encontrarme nuevamente, y aliviar su dolor escuchándoles confesar su desgracia”.

Ya no están aquí” – respondió el regente. “Este lugar ya no es como antes. Les relataré algo sorprendente en grado sumo, que sucedió hace ya bastante tiempo.”

Te escucho con atención” – le dijo Dante en un tono de voz que denotaba la ansiedad y la esperanza que lo embargaban.

Fue una rebelión como nunca se había visto algo semejante en este mundo de las sombras” – explicó el regente. “Una revolución incontenible, una sublevación multitudinaria, un alzamiento formidable, en que participaron todas y todos los residentes que no estaban atrapados en la ciénaga viscosa de allá abajo.

El amor es más fuerte, fue la consigna que empezaron a corear las primeras parejas de amotinados, escondidos entre las nubes. El amor y el sexo unidos, jamás serán vencidos, fue el grito que voceaban al anochecer de cada día las multitudes que se juntaban en bandadas innumerables, y que no podía yo reprimir porque mis propias huestes se sumaban al desenfreno general.

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Aparecieron diversas facciones de heterosexuales, homosexuales, bi-sexuales, y una notable gama de variantes que pregonaban el amor libre, el poliamor, el amor y el sexo sin barreras.

Fue tan poderoso el movimiento que agitando todos al unísono sus brazos, les aparecieron alas y elevándose por encima de las nubes emigraron nadie sabe hacia dónde.

Yo sólo sé que nunca regresaron a este lugar de tristeza y sufrimiento. Es todo lo que puedo contarles, de modo que no, no busques ni esperes aquí encontrar a aquella pareja de jóvenes amantes.”

Y diciendo esto el regente desapareció sin permitirnos pregunta alguna. Dante permaneció pensativo un largo rato, hasta que finalmente explotó en una alegre carcajada, y agitando los brazos en alto pareció despedirse de sus viejos amigos.

Ya nada tenemos que hacer aquí” – me dijo animado, y emprendió la salida dando saltos de danza y cantando un poema que compuso en su juventud licenciosa:

Tutti li miei penser parlan d'Amore;

e hanno in lor sì gran varietate,

ch'altro mi fa voler sua potestate,

altro folle ragiona il suo valore,

altro sperando m'apporta dolzore,

altro pianger mi fa spesse fiate;

e sol s'accordano in cherer pietate,

tremando di paura che è nel core.

Ond'io non so da qual matera prenda;

e vorrei dire, e non so ch'io mi dica:

così mi trovo in amorosa erranza!

E se con tutti voi fare accordanza,

convenemi chiamar la mia nemica,

madonna la Pietà, che mi difenda.

[Todos mis pensamientos hablan de Amor/ y son estos tan variados / que uno me hace desear su potencia / por otro, enloquecido argumento sus valores / otro me lleva a esperar sus dulzuras / otro me hace llorar con frecuencia. / Solamente concuerdan en pedir compasión / temblando de miedo en el corazón. / Por eso yo no sé cuál de ellos escoger; / y queriendo hablar, no sé qué decir. / ¡Así me encuentro errático en amores! / Y puesto que con todos ellos quisiera concertar / conviéneme apelar a mi enemiga / la señora Piedad, que me defienda.]

 

Luis Razeto

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