de Joaquín Dicenta
De la cañada en el fin,
donde empieza el roquedal,
al lado de su mastín,
está llorando el zagal;
lejos, se escucha pausado
de una carreta el rodar
el eje, mal engrasado,
gira, con agrio chirriar;
Los bueyes, pesadamente,
con paso triste y cansino,
van subiendo lentamente
a lo largo del camino.
Y con cantar plañidero,
muy lejos de la cañada,
marcha entonando el boyero
su misteriosa tonada :
«Que no la llames, que ya no viene.
Se ha marchado de la sierra
con otro novio que tiene...
¡ Que no la llames, que ya no viene!»
Hízome que la adorara, para matarme de amor...
¿ Por qué era linda su cara ?
— dice, llorando, el pastor — .
Si hoy a mi lado volviera,
aún le diera mi querer...
¿ Por qué no torna ? ¿ Qué espera ?
¿ Por qué a mí no ha de volver ?
Se oye a lo lejos el canto
que melancolías tiene :
«Que no la llames
que ya no viene...»
«Si hoy a mi lado volviera,
arrepentida, la moza,
por un beso la ofreciera
mi pan moreno y mi choza.
Y porque la que fué mía
la montaña hallase franca,
a su lado marcharía
mi mastín, con su carlanca.
Todo" mi amor lo daría
porque me volviese a amar.
«¡Todo!», el pastor repetía
con amargo sollozar.
Mas la canción del boyero,
con eco triste hacia él viene..
«Se ha marchado de la aldea
con otro novio que tiene.»
De la cañada en el fin,
donde empieza el roquedal,
al lado de su mastín,»
sigue llorando el zagal.
Mas su llorar es en vano,
y en vano su padecer. . .
El mastín lame su mano;
la moza no ha de volver...
Y aún él esperanza tiene...
mas, como eco lastimero
en el aire se sostiene
la tonada del boyero:
«Que ya no viene ! ¡ Que ya no viene !