de Luis Fernández Ardavin
Se ha de ver tu calavera al final de este camino,
en las manos afiladas de un trapense o agustino…
Y donde hoy entran las locas alondras del pensamiento
por la fuerza del destino,
ha de entrar mañana el viento.
¡Memento!
Vamos tras de las mujeres, como si fueran eternas,
con la salvaje lujuria del hombre de las cavernas…
¡Y se pudren las mujeres como se secan las rosas!…
¡Se mueren todas las cosas,
y hasta la tierra se muere!…
¡Miserere!
El labriego de los siglos, en la tierra removida,
va enterrando la materia para darle nueva vida
y el que estaba ayer arriba viene a estar luego debajo.
Es eterno este trabajo
y no tiene acabamiento.
¡Memento!
Van los eternos destinos de este modo encadenados,
impasibles al desfile de los hombres acabados…
Y florecen en los viejos pudrideros de las fosas,
azucenas olorosas…
Sólo la fuerza no muere.
¡Miserere!
El león del poderoso afilando está sus garras,
sin pensar que a las hormigas se las comen las cigarras
y luego son las cigarras carne para las hormigas…
¡No abomines ni bendigas,
porque todo es un momento!
¡Memento!
Recuerda que el tiempo corre y hacia ti no ha de volver.
Eres tú el que ha de tornar, hecho flor, a una mujer,
hecho agua clara, a una fuente y hecho rocío a una rosa…
Filtración maravillosa
de la impureza que muere.
¡Miserere!