1.- El primer problema que una teoría del fenómeno cooperativo debe abordar consiste en la elaboración de un concepto científico de empresa cooperativa, que permita comprender su modo de ser y de comportarse específico, sus objetivos económicos, su funcionamiento, organización y dinamismos propios, sus condiciones de equilibrio y los criterios que regulan en ella la adopción de las decisiones.
Cuando hablamos de empresa cooperativa, o sociedad cooperativa, nos referimos a las unidades de gestión, es decir a las organizaciones cooperativas individuales que se constituyen, directamente por parte de los socios, para cumplir de manera asociativa determinadas operaciones económicas (trabajo, adquisición de bienes y servicios, oferta de productos, etc.), para actuar en concreto los principios y métodos de la cooperación, y como lugar primario de inserción y participación de los individuos en el movimiento cooperativo. Estas “células elementales” o cooperativas de base a veces se agrupan en consorcios o cooperativas de segundo grado, es decir, en asociaciones de cooperativas, o también de empresas que a nivel de base pueden estar organizadas en forma diferente; tales consorcios cooperativos no sólo coordinan actividades de las empresas o sociedades componentes, sino que normalmente constituyen una unidad organizativa y de gestión ampliada para intervenir con mayor eficiencia. En este último caso también pueden ser consideradas como unidades económicas cooperativas.
Ahora bien, el concepto de “empresa o sociedad cooperativa” que ha sido elaborado por el cooperativismo es más doctrinario que de teoría económica: subraya específicamente los objetivos mutualistas y de ayuda recíproca, los valores y principios organizativos de la cooperación, la armonización entre capital y trabajo que la distinguirían de otros tipos de empresa; pero se trata de un concepto que adolece de un suficiente rigor teórico y analítico, lo que se pone de manifiesto especialmente cuando se lo quiere utilizar para comprender el funcionamiento y la dinámica económica de una empresa o de un proceso cooperativo concreto.
La enunciación de un concepto de empresa cooperativa en términos de teoría económica exige basarse en un concepto científico de empresa o “unidad económica” en general; pero éste concepto, tal como se lo encuentra y se usa en la ciencia económica –que lo ha elaborado por abstracción a partir de los modelos de empresa predominantes- adolece, a su vez, de genericidad y de parcialidad, siendo ello la causa de gran parte de las dificultades existentes para comprender las características distintivas de las cooperativas en cuanto empresas económicas especiales.
La ciencia económica define la empresa o unidad económica como la organización básica del sistema económico que, mediante una determinada combinación de capital y trabajo, permite y garantiza a los titulares la unidad de gestión de un conjunto de actividades económicas de producción, adquisición, venta y consumo de bienes y servicios, con el fin de obtener de ello una ganancia.
Este concepto es suficientemente amplio como para incluir formalmente también a los diferentes tipos de empresas asociativas y cooperativas; pero ya en su formulación y todavía más cuando la teoría económica examina la lógica de comportamiento racional de las empresas como tales, es evidente que se piensa en un modelo de empresa muy diferente al cooperativo. La ciencia económica predominante, en efecto, al definir la empresa, establece un nexo entre el capital como factor determinante de la organización económica, los empresarios como titulares del capital que de allí derivan su poder de gestión, y las ganancias como incremento neto del capital.
Este nexo no está presente en las empresas cooperativas ni en otras formas asociativas de empresa. Para definir a éstas en términos de teoría económica, es preciso que el concepto de empresa que se utilice no sólo sea formalmente amplio sino que, además, explícitamente contenga la variedad de los nexos posibles entre los elementos que la constituyen y las diversas lógicas de comportamiento racional que de ello derivan. La indicación del mencionado nexo “capital-empresario-ganancia” aparecerá en este nuevo concepto como uno de los nexos posibles –el de la empresa capitalista- al lado de otros igualmente posibles. Lo primero será, pues, formular una concepción de empresa que permita comprender con rigor y profundidad la pluralidad de sus formas existentes y posibles.
La empresa es una realidad compleja. En ella se combinan siempre elementos económicos, técnicos, sociales, jurídicos, políticos y culturales, constituyendo en su conjunto una totalidad estructurada. En cada empresa participan una, varias o numerosas personas que cumplen funciones distintas contribuyendo todas a una operación de conjunto. En la empresa se realizan variadas actividades, articuladas mediante una organización y encaminadas hacia determinados objetivos. Los mismos objetivos de una empresa suelen ser múltiples y de varios niveles; por ejemplo: obtener beneficios económicos para sus miembros, para sus organizadores y dirigentes, para la comunidad circundante, para la sociedad toda; producir determinados bienes y servicios y controlar una parte del mercado; desarrollar innovaciones tecnológicas; perfeccionar la fuerza de trabajo de sus integrantes; influir sobre la sociedad en aspectos políticos y culturales, etc. Además de los objetivos comunes o generales de la empresa, cada integrante de ella se propone alcanzar objetivos particulares, que cubren la más amplia gama de posibilidades, relacionados con los intereses y las funciones que tenga.
Para la realización de cada tipo de objetivos y funciones las empresas se dan una estructura que organiza y dispone los medios y las actividades del caso. Por eso es posible distinguir en ella una organización (y operación) económica, una institucionalidad jurídica, un organigrama funcional y jerárquico, un sistema técnico, una forma de relaciones laborales, distintos mecanismos de integración social y de procesamiento de conflictos, etc.
Hablamos de la empresa como de una unidad (unidad social, unidad económica, unidad jurídica, unidad técnica, unidad cultural, y unidad de todas estas unidades), compuesta sin embargo de múltiples elementos. Es, pues, un micromundo social, que se manifiesta como una organización de personas, de actividades y de cosas, racionalmente integradas a través de relaciones económicas, tecnológicas, institucionales.
El hecho de que todos los elementos de una empresa se encuentren organizados no impide que entre ellos existan conflictos y tensiones internos, que pueden llegar a ser de magnitudes considerables. Por otra parte, cada unidad u organización económica mantiene constantemente relaciones con terceros (otras empresas, el público, los clientes, el Estado, etc.) y con el resto de la sociedad, recibiendo simultáneamente influencias y condicionamientos; se trata, también en este sentido, de una interacción compleja.
2.- La multiplicidad de tipos de empresa se manifiesta en todos y cada uno de sus aspectos. En efecto, las empresas se diferencian por sus objetivos principales y por la articulación de los objetivos particulares que en ellas coexisten; también por sus distintos modos de organización y operación económica; por sus diversas estructuras jurídicas e institucionales; por sus características tecnológicas, sus modalidades de relaciones laborales, sus estructuras funcionales y jerárquicas; también por sus distintos modos de gestión y dirección, sus mecanismos de integración social, el carácter de sus conflictos; y por el modo en que se relacionan con las otras empresas, el mercado, el poder público y el resto de la sociedad.
Las diferencias que las empresas manifiestan en cuanto unidades económicas, sociales, culturales, jurídicas, tecnológicas, se encuentran vinculadas entre sí, en el sentido que a ciertas características que las distinguen en un plano (por ejemplo, en lo económico) corresponden otras en los demás (a saber, en su estructura jurídica, en su modo de gestión, en el carácter de sus conflictos, etc.). Esto, sin embargo, no nos ahorra el esfuerzo de identificar sus rasgos y estructuras diferentes en cada uno de los niveles organizativos.
Ahora bien, de todas las dimensiones y aspectos de la empresa el económico ocupa el lugar central o más significativo, puesto que el motivo principal por el cual se organizan las empresas es la realización de actividades económicas de producción, distribución y consumo. La obtención de beneficios económicos –para los empresarios, para todos los integrantes, para terceros, o para la sociedad en su conjunto, según el caso- se presenta como el objetivo predominante; conforme a ese objetivo se articulan las otras actividades y operaciones técnicas, jurídicas, sociales, etc., en formas racionales (en el sentido de que respondan a alguna racionalidad específica, como veremos más adelante). Si tal es la centralidad de lo económico en el desarrollo y funcionamiento de las empresas, cabe esperar consecuentemente que también sean económicas las diferencias más decisivas entre los tipos de empresas, que influyen y condicionan también sus diferencias en los demás aspectos y niveles (3).
De lo anterior concluimos que en todas las empresas, cualquiera sea su tipo y las formas que adopten, podemos encontrar un conjunto de elementos o aspectos que comparten así como otro conjunto de elementos que las diversifican. Tanto la comprensión de lo que es común a todas las empresas como de aquello que las diferencia forma parte de la concepción científica de empresa que precisamos. Observémoslo, pues, con mayor detalle.
En términos muy generales y considerando el asunto esquemáticamente podemos observar que es común a todas las empresas:
a) El ser una organización (de sujetos, fuerzas, actividades, conocimientos, cosas, etc.) que funciona como una unidad integrada, para el seguimiento de determinados fines u objetivos que interesan a la organización como tal y en alguna medida, a todos sus integrantes. Ello implica que en toda empresa existe alguna forma o sistema de autoridad y dirección (adopción de decisiones y mecanismos para su ejecución) y alguna diferenciación de funciones y división del trabajo.
b) El tener como objetivo la obtención de beneficios económicos y el disponer racionalmente los medios apropiados para alcanzarlos. En otras palabras, cualquiera sea el tipo de empresas, siempre buscan obtener beneficios y utilidades en cuanto organización, además de los objetivos que persigan sus miembros. Por cierto, distintos pueden ser los beneficios y utilidades que se persigan, y quienes se apropien mayormente de ellos. Además, toda empresa tiene una racionalidad o lógica operacional, o sea opera racionalmente organizando del mejor modo que pueda los medios disponibles para que los beneficios perseguidos se logren. Las racionalidades y lógicas operacionales de las empresas son también diferenciales.
c) El estar constituida por un conjunto de factores o elementos que hacen algún aporte o contribuyen de algún modo a la operación económica y a la generación de los beneficios buscados, y por un conjunto de relaciones que ligan económica, institucional y tecnológicamente dichos elementos configurando la compleja organización empresarial.
d) El realizar las actividades económicas fundamentales de producción, circulación y consumo. Por cierto, tales actividades deben ser entendidas en sentido amplio: producción, que incluye la combinación y organización de los factores y su operación en orden a la elaboración de bienes y servicios económicos; circulación, que comprende todos los movimientos o flujos de bienes económicos, la asignación de recursos y factores y la distribución de bienes, valores y beneficios obtenidos, entre distintas personas o grupos, dentro de la empresa o fuera de ella; y consumo, que puede referirse tanto a los recursos e insumos como a los bienes y servicios producidos, y que consiste en su utilización en orden a la satisfacción de las necesidades, aspiraciones y deseos de los sujetos económicos.
La consideración de estos cuatro aspectos constitutivos comunes a todas las empresas nos permite identificar la existencia de una realidad empresarial en organizaciones y unidades sociales que no siempre reconocemos como tales en el lenguaje corriente y que la disciplina económica convencional tampoco reconoce en todos los casos. Por ejemplo, una unidad familiar o una determinada comunidad serán verdaderas empresas o unidades económicas cuando en ellas se den los cuatro aspectos señalados. Pero el reconocimiento cabal de la multiplicidad y diversidad de formas empresariales nos exige prestar atención también a sus diferencias.
Dijimos que las diferencias entre las empresas pueden verificarse en distintos niveles y aspectos. Aquí nos interesa ir al fondo del asunto, identificando aquellos elementos de distinción que más profundamente inciden sobre las estructuras, racionalidades, objetivos, modos de operación y comportamiento de las empresas. Con tal propósito utilizamos cuatro criterios para distinguirlas; cada uno de ellos constituye una vía de acceso a la comprensión de los principales tipos de empresa pero sólo la consideración conjunta de los cuatro nos permite identificar con exactitud sus racionalidades particulares.
El primer criterio se refiere a la identidad de los sujetos organizadores de las empresas. Cual sea el sujeto organizador determina el modo como se definen y conciben los objetivos económicos de la empresa, y tiene implicaciones relevantes sobre la estructura, el modo de funcionamiento y la lógica operacional de distintos tipos de empresa. Tal es el criterio esencial de las categorías o factores organizadores, al que prestaremos principal atención en este libro.
Un segundo criterio se refiere a los nexos entre los sujetos de la actividad económica, tanto al interior de cada empresa como en las relaciones de éstos con terceros; nexos que se establecen a partir de los flujos de bienes y servicios económicos y que determinan los modos y grados de integración y de conflicto en las empresas, sus sistemas de asignación y distribución de las aportaciones, retribuciones y beneficios, el modo en que se articulan en la empresa las actividades de producción, distribución y consumo, etc. Nos referimos a este criterio esencial como el de las relaciones económicas.
Un tercer criterio se refiere a las relaciones que ligan a los sujetos (organizadores y organizados) con los medios de producción y con la empresa misma; relaciones que son, básicamente, las de dominio (propiedad y gestión de los factores y medios de producción), y las constitutivas de la sociedad u organización social que sostiene la actividad económica. Nos referimos a este tercer criterio esencial como el de las relaciones institucionales.
Un cuarto criterio se refiere a las relaciones que conectan técnicamente a los diferentes factores, funciones y actividades que participan en la operación de la empresa y que inciden sobre su tamaño, tecnología, productividad, etc. Nos referimos a este criterio como el de las relaciones tecnológicas.
De estos cuatro criterios de distinción, en este libro centramos el análisis del fenómeno cooperativo en el primero y el tercero, que nos llevarán a la comprensión de muy centrales y decisivas características de las empresas cooperativas y autogestionadas, en el contexto de una más amplia comprensión de la pluralidad de formas empresariales. No por ello dejarán de estar presente en los análisis los otros dos criterios, a los que nos referiremos en diferentes momentos en función de precisas exigencias analíticas. Comencemos por la cuestión del sujeto, sin duda la más determinante.
Para identificar teóricamente los distintos sujetos organizadores de las empresas –y de paso efectuar un primer enriquecimiento del concepto de empresa-, debemos comenzar identificando el conjunto de factores constituyentes de, y operantes en, cualquier unidad económica.
En la enunciación que encontramos en los textos de economía se hace referencia a la combinación de dos factores económicos: el capital y el trabajo. Si observamos la realidad de una empresa cualquiera distinguimos, en cambio, seis factores principales:
a) la fuerza de trabajo, esto es, un conjunto de personas dotadas de las capacidades físicas e intelectuales necesarias para ejecutar una serie de actividades laborales y que participan directamente en el proceso de producción (en el sentido amplio que precisamos anteriormente);
b) la tecnología, o sea un conjunto de conocimientos e informaciones relativos a –y objetivados en- unos procesos y sistemas de producción, comercialización, organización del trabajo, etc.;
c) los medios de trabajo, a saber, el conjunto de condiciones físicas, instalaciones, instrumentos, equipos, insumos y materias primas, necesarios para efectuar el proceso técnico y las funciones económicas propias de la empresa;
d) el factor financiero, constituido normalmente por una cierta cantidad de dinero (o capacidad de crédito) que permite contratar factores y establecer relaciones de intercambio en el mercado; puede tratarse también de algún otro medio de pago o de adquisición de recursos necesarios;
e) la administración o factor gerencial y administrativo, es decir un sistema de coordinación y dirección unificada de las funciones y actividades económicas;
f) la comunidad o “factor C” esto es, un elemento de integración y cohesión que se manifiesta en la colaboración y cooperación voluntaria entre las personas integrantes de la empresa que hace posible y facilita su acción conjunta (4).
Estos seis principales factores económicos son elementos empíricamente dados que forman parte de la empresa, y pueden ser identificados mediante la observación y el análisis descriptivo de cualquiera de ellas. Aún cuando en la economía los factores tienden a presentarse como “cosas”, como elementos objetivos o –precisamente- como “factores”, son todos ellos, de hecho realidades humanas. En efecto, a la base de cada factor económico se encuentran personas o grupos de personas asociados más o menos directamente a grupos y fuerzas sociales: trabajadores, técnicos y especialistas, propietarios, gerentes, financistas, grupos o comunidades de trabajo, etc.
Destacar el carácter subjetivo y personalizado, individual o social, de los distintos factores económicos es de la máxima importancia, y constituye uno de los puntos en que es necesario reaccionar frente a la economía convencional que tiende a considerar los fenómenos y elementos económicos como realidades siempre cuantificables, cosificadas. Precisamente por que no se trata de simples factores o cosas sino de realidades humanas o sociales, su reconocimiento en términos económicos ha requerido algo más que la simple observación del funcionamiento de una empresa. Aunque podemos observarlos en cualquier empresa, su reconocimiento se hace posible solamente a partir de la amplia experiencia histórica de diversificación de las formas de empresa. La razón es simple: identificarlos como verdaderos factores económicos implica reconocerlos como sujetos necesarios, que tienen consistencia propia, algún grado de autonomía, ciertos intereses particulares, determinados derechos, etc. En otras palabras, su reconocimiento implica que se hayan –en cierto grado al menos- autonomizado del capital (que en la economía capitalista los subsume, subordina y funcionaliza en su propio beneficio).
Cuando el economista habla del capital y trabajo está formulando categorías económicas que tienen referentes en la realidad empírica, pero no son en sí mismos elementos empíricamente dados. En efecto, capital y trabajo de algún modo integran al conjunto de los factores mencionados, sin identificarse con ninguno de ellos en particular. Distinguimos así los “factores” y las “categorías” como conceptos de diferente grado de abstracción. Conviene precisar estos conceptos.
Cada uno de los factores puede presentarse bajo la forma de estas dos categorías, y cada una de éstas los puede en cierto modo representar y medir. El capital es una forma general que puede subsumir a todos los factores: la tecnología es capital en la medida que tiene un equivalente financiero y ha sido adquirida en el mercado sumándose al patrimonio de la empresa; lo mismo sucede con los medios de trabajo, las instalaciones, equipos, materias primas y máquinas. También es capital la fuerza de trabajo en la medida en que ha sido contratada y tiene para la empresa un costo en dinero.
Son también capital los fondos propios y el financiamiento crediticio; igualmente, la administración y el factor gerencial son parte constituyente del patrimonio de capital que tiene una empresa. Incluso el factor de integración social (factor C) en cuanto presente y operante en la empresa forma parte del capital de la empresa, pudiendo ser valorado y contado en el patrimonio de la empresa. Lo que hace el empresario capitalista al organizar y dirigir su empresa es, de hecho, considerar todos los factores y recursos propios como cantidades de capital que debe combinar en proporciones tales que le permitan reproducirlo y ampliarlo.
El Trabajo es otra forma general en que se pueden presentar todos los factores económicos: la tecnología, en cuanto resultado de una actividad humana transformadora y en cuanto conocimiento e información producidos y adquiridos con esfuerzo, es trabajo realizado; los medios de trabajo, producto también del trabajo social, son trabajo acumulado. El dinero y el financiamiento en general equivalen a tiempo de trabajo, y es también trabajo la administración y la actividad gerencial. El elemento comunitario y de integración social también es resultado y parte del trabajo social. Los trabajadores pueden considerar todos los factores y recursos económicos como resultado del trabajo social, como cantidades de trabajo realizado en el tiempo. Veremos más adelante cómo esto se verifica concretamente en las empresas de trabajadores.
Capital y trabajo son, así, categorías económicas generales que subsumen y condensan los distintos factores y elementos económicos; cada una de ellas integra incluso a la otra, bajo ciertas condiciones y, sin embargo, no son lo mismo: se trata de dos formas que pueden adoptar cualquier contenido económico; formas que se presentan como tales para distintos sujetos de acción económica –capitalistas y trabajadores- en diferentes unidades económicas.
Capital y trabajo, siendo categorías económicas generales, están vinculadas a respectivos factores económicos: el capital al factor financiero, el trabajo a la fuerza de trabajo. Se trata, en realidad de factores que se han convertido en categorías, que se han –podríamos decir- universalizado. ¿Cómo? a través de un proceso histórico complejo que implica una evolución, tanto teórica como práctica, cuyo punto de partida está en la autoconciencia de sí, en la conquista de la autonomía por parte de los sujetos que las personifican, y que se materializa en la conformación de empresas de distinto tipo.
3.- Que las categorías económicas se constituyan a través de un proceso de automatización y universalización de ciertos factores y sujetos económicos permite comprender que potencialmente las categorías económicas no son sólo el capital y el Trabajo, sino que también los demás factores pueden llegar a serlo. Para entenderlo bien debemos profundizar la relación en que se encuentran los factores y las categorías, y el proceso de transformación de aquellos en éstas. El concepto que nos abre el camino es el de organización económica, que debemos distinguir cuidadosamente de la “combinación tecnológica de factores” y de la “coordinación y gestión administrativa” de la empresa.
Sabemos bien que los factores económicos que integran una empresa no actúan separadamente sino que se encuentran combinados técnicamente conforme a cantidades y proporciones definidas. Las diferentes proporciones en que se verifican tales combinaciones han sido denominadas por los economistas de varias maneras: función de producción, función tecnológica, composición orgánica del capital, relaciones técnicas de producción, etc. Tales distintas combinaciones implican diferentes intensidades en el uso de cada factor, y consecuentemente también distintas productividades. Encontramos, así, empresas intensivas en fuerza de trabajo, en tecnología, en administración, en medios materiales, en financiamiento o en “factor C”. En base a las diferencias que en este nivel se manifiestan, las empresas se distinguen también por su tamaño (micro-empresas, empresas pequeñas y medianas, gran empresa, etc.), y por su grado de complejidad tecnológica (por ejemplo, empresas artesanales, industriales, post-industriales, etc.). Todo esto es constitutivo de aquél cuarto criterio para diferenciar tipos de empresas que identificamos como relaciones tecnológicas. No es éste el concepto de organización económica que nos interesa para distinguir entre factores y categorías.
Tampoco entendemos la organización económica en el sentido de la actividad de gestión (coordinación y dirección) que ejecuta el factor administrativo o gerencial. Esta es la actividad específica de uno de los factores necesarios en toda empresa, que consiste básicamente en regular la ejecución de las diferentes funciones de la empresa y en planificar y dirigir su operación económica. Esta función administrativa o gerencial se realiza, en efecto, una vez que la empresa se encuentra ya organizada económicamente en el sentido que aquí le damos a la expresión.
En efecto, en la empresa los factores no sólo se hayan combinados técnicamente y dirigidos administrativamente (gestionados), sino, además y antes de todo eso, organizados económicamente. Porque los factores no son solamente elementos técnicos sino realidades subjetivas; porque cada factor es aportado concretamente por sujetos que esperan que el aporte que hacen sea adecuadamente remunerado o recompensado, y que buscan en la empresa cumplir en alguna medida sus propios objetivos; porque los factores se hayan dispersos en el mercado, siendo necesario convocarlos a formar parte de la empresa, ofreciéndoles determinado tratamiento económico y definidas condiciones que sean aceptables para quienes los aportan. Por todo eso la organización económica de los factores es el aspecto fundamental –y el más complejo- de la actividad empresarial; constituye el centro de la actividad creadora de empresa (5).
La organización económica de los factores implica integrar a los distintos sujetos que los aportan y representan, en una unidad de gestión que opera racionalmente tras la persecución de determinados objetivos generales de la empresa. Ello supone que todos los factores son funcionalizados hacia el logro de esos objetivos, que en alguna medida deberán compartir concientemente o aceptar por interés. Para lograrlo, entonces, es preciso que los objetivos e intereses particulares de cada factor sean también acogidos en alguna medida por la empresa, aunque sea en un plano subordinado respecto a los objetivos generales, y que esos objetivos particulares sean realizados en algún grado (al menos lo suficiente para que el sujeto que aporta algún factor decida continuar participando y trabajando en esa empresa).
Pues bien, si los factores se encuentran en este sentido organizados en la unidad económica es porque alguien los organizó y los mantiene organizados. Y ese “alguien” que los organiza no puede ser sino alguno de los seis factores que hemos encontrado como integrantes de la empresa, detrás de los cuales hay sujetos determinados. Pues si no fuera uno de ellos, habría que decir que hay un factor económico más, un séptimo factor que cumpla siempre ese rol empresarial. Lo que se observa en toda empresa es que uno de los seis factores (o más precisamente, los sujetos que los personifican) se pone como organizador, mientras que los demás se presentan como factores organizados. El factor organizador es el que pone los objetivos generales de la empresa –que serán naturalmente los suyos propios-, mientras que los objetivos e intereses de los otros factores se presentarán subordinados.
Cuando un factor es organizador sus intereses se confunden con los objetivos generales de la empresa, y la recompensa por su actividad asume la forma de beneficios o utilidades variables (que dependen de los resultados de la operación empresarial). Cuando son organizados se encuentran funcionalizados hacia objetivos empresariales que no son los propios, y la remuneración que reciben suele ser fija, estando establecida mediante un contrato (adopta la forma de salario, tasa de interés, renta, marca o royalties, honorarios, etc. según el factor de que se trate).
La diferencia entre ambas situaciones –de autonomía o de subordinación- es decisiva, tiene un hondo significado y merece ser expresada mediante términos apropiados que las distingan. Hemos reservado el término “factor económico” para referirnos en general a los elementos participantes en la empresa que concurren al producto con una cierta productividad necesaria, y el término “categoría económica” para referirnos a aquel factor que participa en la empresa en cuanto organizador.
Mencionamos ya las categorías Capital y Trabajo, que identifican respectivamente a los factores financiero y fuerza de trabajo constituidos en organizadores de empresas. Pero a la base de una empresa, como categoría organizadora puede estar cualquiera de los seis factores económicos que hemos identificado. La empresa de capital (o capitalista), en la cual el o los sujetos que aportan el factor financiero compran o arriendan maquinaria, contratan administradores o fuerza de trabajo, ingenieros y procesos técnicos, asistentes sociales y psicólogos, se nos aparece como un caso particular o un tipo de empresa. La empresa de trabajo (o de trabajadores), en la cual los sujetos que aportan el factor fuerza de trabajo contratan en el mercado o consiguen de algún otro modo los demás factores necesarios pagando por ellos con los ingresos de la empresa, constituye otro caso y tipo de empresa.
Distinta de la empresa de capital –aunque suele confundírsela con ella- es la empresa organizada por la categoría correspondiente a los medios materiales de producción. En este caso son los propietarios de determinados medios materiales los que organizan una empresa bajo su conducción. Se trata en estos casos de empresas que operan con la lógica de las unidades económicas feudales, en las que el rol organizador corresponde precisamente a los poseedores del principal de los medios materiales de producción: la Tierra. Similar es la racionalidad de una empresa constituida en base a propiedades inmobiliarias cuya rentabilidad busca maximizar.
También pueden formar una empresa quienes hayan inventado o dominen un proceso tecnológico de alto rendimiento y calidad, y que en vez de vender sus conocimientos e informaciones a precios fijos decidan aplicarlos autónomamente en una empresa organizada por ellos, para lo cual comprometen un crédito, compran equipos, contratan trabajadores, etc. Forman, así, una empresa de Tecnología.
Existen también las que podemos denominar empresas de Administración, donde el factor administrativo –personificado por un poder de coordinación y dirección (como el Estado o alguno de sus aparatos)- organiza bajo su propia responsabilidad unidades económicas, subordinando e integrando de algún modo los demás factores que requiere.
Finalmente, también el “factor C” puede llegar a ser categoría organizadora. Es el caso en que la Comunidad se constituye como organizadora de una unidad económica, encontrando entre sus miembros los factores indispensables. Podemos hablar, en estos casos, de empresa de Comunidad o comunitaria.
La ampliación del concepto de empresa que hemos sugerido, y la consideración particular de las distintas categorías económicas que pueden ponerse a la base de organizaciones productivas, comerciales, financieras, etc., proporciona el punto de partida para la identificación, en términos de teoría económica, de los diferentes tipos de empresas cooperativas (6). Más precisamente, nuestro concepto ampliado de empresa permite identificar la esencia, estructura y lógica particular de diversos tipos de empresa conforme al criterio de la categoría económica que las organiza: Capital, Trabajo, Tierra (medios materiales de producción), Tecnología, Estado (poder de administración pública), Comunidad. Las expresiones “empresa cooperativa” y “empresa autogestionada” incluyen más de una de estas formas, y desde este punto de vista permanecen relativamente indeterminadas. Precisarlas será la tarea del próximo capítulo.