LA MARIPOSA

texto

de Enrique Gil y Carrasco

Mariposa, mariposa,

que das al viento gentil

de tus alas de oro y púrpura

el espléndido matiz;

que, veleidosa y ligera,

la tímida flor de abril

besas y al punto abandonas

indiferente o feliz;

tú deslumbraste mis ojos

desde el punto en que te vi,

y fuiste maravilla

de mi embeleso infantil.

Cegáronme tus encantos,

y entonces en pos de ti

vagué por valles y montes,

atropellando el zafir

de la fuente solitaria,

en que encendido alhelí

reflejaba su corona

de arrebolado carmín.

Por ti en los verdes prados

hollé el vistoso tapiz,

por ti la esbelta azucena

con su frente de marfil

en mi carrera afanosa

desatentado rompí,

y su cáliz de perfumes,

y su gala juvenil

a los pies del caminante

sin compasión esparcí.

Y tú siempre vagarosa

el aire hendías sutil

con tu gala envanecida,

sin escuchar ni sentir

las inocentes plegarias

de mi niñez infeliz,

que en fuerza de tu desdén

empañó con su gemir

el cristal puro y luciente

de su rico porvenir.

Vano fue el blando cabello

rizado en sortijas mil,

vana la frente apacible

de pura rosa y jazmín,

vanos los ojos azules

y su cándido lucir,

vana también mi pureza

de celeste serafín.

Mariposa, mariposa,

flor de un aéreo pensil,

hoy que la infancia ha pasado

bien te comprendo, ¡ay de mí!

Cayó el mágico cendal

con que vendado viví,

y pude mirar el mundo

desencantado por fin.

Harto entonces tu lección

en la amargura aprendí,

viendo que bello fantasma

en la senda del vivir

tendías las ricas alas

para esconderme la lid

que me guardaba la vida

en su lejano confín.

 

 

¡Pobre niño! ¡Qué inocente

cerré sin dudar los ojos,

con la esperanza en la frente!

¿Por qué no veía la mente

de las flores los abrojos?

¿Por qué sin faro ni estrella

cruzas el mar de la vida,

juventud, pobre doncella,

en sueños de amor perdida,

cándida, inocente y bella?

¿Por qué va tu corazón

como los aires abierto?

¿No temes que tu ilusión

desvanezca el aquilón

del arenoso desierto?

Cuando a vivir nos lanzaste,

criador del ancho mundo,

¿Cómo, di, no reparaste

que la noche nos dejaste

de desamparo profundo?

Si era ley el pelear,

¿por qué en vez del flaco pecho

no nos pusiste espaldar

de diamante, en que deshecho

fuera a estrellarse el pesar?

Porque al fin es el vivir

encarnizada contienda,

y solamente al morir

cae de los ojos la venda

que robaba el porvenir.

Mas de nuestro desvarío

¿quién tiene la culpa, quién?

Tú no la tienes, Dios mío,

que no está el cielo vacío

ni sin flores el Edén.

Si, a despecho de tu amor,

en pos corre el hombre loco

de un fantasma seductor,

deshojando poco a poco

de su inocencia la flor;

si a pesar de las lecciones

que por el mundo esparciste,

acallan sus ilusiones,

devaneos y pasiones

la conciencia que les diste,

¿quién tiene la culpa, quién,

de sus pesares y duelo

si allá en la senda del Bien

a mengua tuvo el consuelo

y le apartó con desdén?

¿Por qué imagina atrevida

el alma desvanecida

perpetua la primavera

sólo con verla ceñida

de su guirnalda hechicera?

¡Ay! Dios abrió el ancho mundo

como un libro a nuestros ojos,

y eran tantos los enojos,

las asperezas y abrojos

en el volumen profundo,

que sólo nuestra demencia

pudo mostrarnos en él

bosques de mirto y laurel

y músicas e inocencia

en encantado vergel.

¡Mal haya quien como yo

tuvo un aviso del cielo

que insensato despreció!

¡Mal haya aquel que buscó

paz y contento en el suelo!

Que no en vano, mariposa,

delante de mí volabas,

porque tú representabas

profecía misteriosa

que a mi vista desplegabas.

Fantasma de la ventura

cual ella rica y brillante,

cual ella galana y pura,

mas a par suyo inconstante,

loca, falaz e insegura,

¿por qué los ojos no abrí

para verte sin pasión?

¿Por qué insensato perdí

mis alegrías por ti

y la paz del corazón?

Cuando en la fuente bebías,

cuando libabas las flores,

cuando en el viento esparcías

hechizos y bizarrías

de tus alas de colores;

cuando entre la sombra y verdura

ibas a perderte errante,

y a gozarte en la frescura

de la selva susurrante

bajo su bóveda oscura;

y luego volvías loca,

batiendo las alas bellas,

festivo enredado en ellas

el céfiro que destoca

mariposas y doncellas,

¿por qué me dejé engañar

de tanta pompa y belleza?

¿No pude, ¡ay de mí!, pensar

que esta gala, esta pureza,

no era cosa de alcanzar?

Mas si en los juncos posada

que orlaban la pura orilla

de la espumosa cascada,

de los ojos maravilla,

mostrábase columpiada,

y allí al parecer dormida

me convidaba tu encanto,

tu vestidura florida

y tu arrebolado manto

a tender mano atrevida,

¿qué mucho que al fin cediera

a tan rosada ilusión?;

¿qué mucho que el corazón

apresurado latiera

con la mágica visión?

Mas por necio o por liviano

frustábase mi deseo,

que era necio, bien lo veo,

fiar el contento humano

de tan frágil devaneo.

Porque eras tú mi fortuna,

y volabas por ser mía,

y aun tan menguada alegría,

larga tal vez e importuna,

juzgaba la suerte impía.

Crucé los brazos al fin,

dejé caer mi cabeza,

y en nebuloso confín

perdiéronse con presteza

sus alas de serafín.

Entonces reflexioné

y en tu oscura profecía

melancólico pensé;

mas, ¡ay de mí!, que tardía

la meditación ya fue.

Tardía sí, que volaron

mis ilusiones contigo,

y solamente quedaron

incertidumbres conmigo

que mi vida emponzoñaron.

Mariposa, mariposa,

si hay en el mundo otros niños

con frente de nieve y rosa,

de cabellera sedosa,

puros y blancos armiños,

ten con ellos más piedad

que la que yo te debí,

porque es inhumanidad

ir a deshojar así

de la inocencia la edad.

Y si a mi vista apareces

no me recuerdes tus daños

sino mis cándidos años,

y mis inocentes preces

y mis dichosos engaños,

¡ay de mí!, porque mi gloria

no está, no en el porvenir

ni en su dudoso lucir;

sólo para mi memoria

hay un cielo de zafir.