texto
de Esteban Gumucio
La cortante espada de Dios hendió los aires
y desde la profundidad de la herida nació el viento.
Al viento nunca lo hemos visto,
sólo adivinamos su presencia elemental.
Desde el interior de mi casa,
asomado por el cristal de la ventana,
logré percibir el aliento
transparente del viento.
Lo vi besar una hoja quemada de otoño.
La hizo estremecerse.
Después la vi despegar del suelo
y volar por el espacio, bailando asida al invisible.
La hoja transformada en movimientos
me habló de Ti,
Espíritu de Dios.