Lectura complementaria Nº 9 EEA

LECTURA COMPLEMENTARIA DE LA NOVENA UNIDAD DEL CURSO 'ECONOMÍAS Y EMPRESAS ALTERNATIVAS'.

(El texto de Luis Razeto, es el capítulo 13 del libro Empresas de Trabajadores y Economía de Mercado.)


LA FORMACIÓN DE UN MOVIMIENTO DE INTEGRACIÓN DEL FENÓMENO COOPERATIVO.

La integración de las empresas cooperativas en organismos y asociaciones que unifiquen y coordinen sus actividades económicas, sociales y culturales es considerada como una necesidad del cooperativismo en vista del fortalecimiento de su presencia social y de su eficiencia económica, y como una de las principales condiciones del cumplimiento de sus objetivos de transformación. Existe, en efecto, un consenso muy extendido entre los promotores y estudiosos del cooperativismo, en el sentido de que por medio de la integración entre distintas unidades económicas es posible superar una serie de limitaciones que enfrentan las cooperativas individuales, especialmente las más pequeñas, para operar en el mercado aprovechando al máximo sus posibilidades.

La cooperación parte del principio de que la asociación de los individuos permite realizar con mejores resultados aquellas actividades que ellos no pueden por sí solos cumplir sino con grandes esfuerzos y escasos resultados; es coherente con ello suponer que la ampliación del radio de acción que se puede obtener mediante la integración entre distintas cooperativas no puede sino mejorar las posibilidades operacionales de cada una de ellas. De hecho el movimiento cooperativo ha dado siempre lugar, en todos los países donde ha alcanzado un cierto grado de desarrollo, a procesos más o menos acentuados de integración, mediante la formación de cooperativas de segundo y tercer grado y a través de la constitución de asociaciones (federaciones, confederaciones, etc.) de representación.

Sin embargo se observa, y es generalmente reconocido, que rara vez se alcanzan los niveles de unidad considerados necesarios y que existen muchos obstáculos y problemas que afectan el proceso de integración, limitando sus efectos prácticos.

Hay distintos tipos de problemas y dificultades que tienden a limitar el desarrollo de los procesos de integración.

Existen diferencias ideológicas y de orientación entre distintas ramas del movimiento cooperativo promovidas y organizadas en torno a diferentes concepciones económicas, sociales, políticas y religiosas, que a veces dan lugar a desconfianzas, temores de instrumentalización, pugnas de poder y conflictos.

Otro tipo de obstáculos a la integración derivan de una tendencia a afirmar la conveniencia de la organización intercooperativa de manera demasiado general y abstracta. Se sostiene que el poder y la eficiencia de la organización cooperativa será mayor mientras mayor sea el grado de integración que exista entre las unidades económicas, y en consecuencia se promueve la formación de uniones y asociaciones que a veces no presentan una real necesidad o conveniencia económica y técnica. Se asocian cooperativas de distintos tamaños, que operan en diferentes rubros productivos y económicos, ubicados geográficamente en lugares distantes y que operan en diversos mercados. Puede suceder, en tales condiciones, que los beneficios de la asociación sean inferiores a sus costos, lo que inevitablemente conduce a una reacción contraria y a un cierto desprestigio de la idea integracionista.

Una reacción similar se produce cuando la integración se realiza en forma tal que da lugar a fenómenos de burocratismo y de concentración de las decisiones en instancias de vértice, o cuando los intereses de las cooperativas que se afilian a una organización superior no son homogéneos. En efecto, toda integración implica una cierta delegación de funciones y por tanto la pérdida de una parte de la autonomía de cada cooperativa; por otra parte es normal que distintas unidades económicas operando en un mismo mercado enfrenten situaciones de competencia entre sí. Si la integración implica planificación o programación de las actividades y operaciones de las distintas empresas, ello podría implicar que algunas de ellas se sientan desfavorecidas o condicionadas excesivamente por los organismos superiores.

La existencia de éstos y de otros problemas que se presentan en los procesos de integración intercooperativa no nos lleva a negar su necesidad o conveniencia sino a considerar el asunto en su criterio más específico que la simple afirmación general del principio integracionista, y a buscar formas y mecanismos nuevos que permitan realizar el proceso asociativo superando los obstáculos que se han manifestado en la práctica.

Para ello es oportuno considerar críticamente los distintos objetivos perseguidos por la integración, examinar los diferentes modos en que se realiza y reconsiderar los procedimientos y mecanismos con que se suele proceder al respecto.

En “Cooperación y Cooperativismo” (citado) se distinguen dos objetivos fundamentales de la integración: la representación del movimiento cooperativo para defender y promover sus intereses frente al legislador y otras organizaciones públicas y privadas, y la eficiencia operacional de las cooperativas en el mercado. El primer objetivo se realiza normalmente a través de organismos representativos tales como federaciones y confederaciones, mientras el segundo da lugar a la unión y asociación de empresas (en sentido vertical y horizontal), a convenios intercooperativos, a la formación de cooperativas entre cooperativas, de segundo y tercer grado. W. Sommerhoff, por su parte, distingue cuatro principales funciones de la integración, a saber:

a) Unidad doctrinaria y divulgación;
b) Racionalización administrativa y operativa;
c) Fortalecimiento en la posición de mercado; y
d) Representación.


La práctica cooperativa en la mayoría de los países muestra que, si bien para el cumplimiento de los distintos objetivos y funciones se crean normalmente organizaciones específicas de distinto tipo y nivel, se manifiesta siempre, en muchas de ellas al menos, una tendencia a proponerse tanto objetivos de representación como operacionales, y a cumplir indistintamente las funciones de orientación doctrinaria, educación, representación social, programación de la producción, el abastecimiento y la comercialización, intercambio de informaciones, racionalización administrativa, etc. Este fenómeno pone en evidencia y acentúa a su vez aquella característica del cooperativismo de ser simultáneamente un hecho económico, social y cultural, con implicaciones políticas; sin embargo ello se traduce también en cierta confusión tanto ideológica como operacional, que en ocasiones puede afectar negativamente la eficiencia de cada empresa, porque la lógica específica de los procesos económicos, socio-políticos y culturales no es homogénea y supone comportamientos, ritmos y tiempos diferenciados.

De la observación de estos hechos podemos extraer una primera afirmación general referente a las formas en que los procesos de integración podrían ser potenciados, superando al mismo tiempo algunas de las dificultades que se han manifestado en la práctica.

La integración que se realiza con fines de representación y aquella que se hace con objetivos operacionales, deben estar claramente diferenciadas, constituyendo procesos organizativamente paralelos, separados, si bien convergentes en la perspectiva de constituir un sector económico y un movimiento social coherentes y unitarios.

Examinemos en primer lugar el problema de la integración cooperativa con objetivos de representación.

La integración con fines de representación social ha hecho surgir un conjunto de organizaciones de distinto tipo y nivel, constituyendo en su conjunto lo que podemos denominar movimiento cooperativo. Suelen ser organizaciones que se constituyen sobre una misma base geográfica, local o regional en primera instancia y luego nacionales e internacionales, y también sobre la base de un tipo homogéneo de cooperativas (de consumo, de ahorro y crédito, de producción) y de un mismo sector de la economía y de la producción (cooperativas de vivienda, agrícolas, mineras, artesanales, manufactureras, etc.).

La existencia de estas distintas bases de integración (fundamentalmente la ubicación geográfica y el sector económico) puede ser objeto de discusión respecto a cual criterio sea prioritario o predominante; sin embargo, es preciso tener en cuenta que ambas líneas de organización son igualmente necesarias, pues las cooperativas encuentran interlocutores en ambos niveles, teniendo comunes intereses que defender y promover en cada uno. Existirán, por otra parte, instancias de organización superior que unificarán el movimiento cumpliendo funciones de representación superior.

El problema principal que debemos examinar es otro, y se refiere concretamente a las formas organizativas del movimiento.

En las sociedades modernas se han experimentando diferentes modelos de organización representativa; dos de ellos han sido los más difundidos en los sectores populares y en los movimientos sociales: el modelo de organización sindical y el modelo organizativo de los partidos políticos. Existen también otras formas de organizar la representación popular, más generales, tales como el modelo parlamentario de representación política, o modelos eclesiales de participación del pueblo en la vida religiosa; pero éstos nos interesan menos aquí, dadas sus características específicas que los alejan demasiado de los problemas de la integración cooperativa.

Desde el punto de vista de la integración con fines representativos, el cooperativismo ha tendido a adoptar, en cierto modo, el modelo formal de organización sindical en sus niveles de mayor agregación. Naturalmente, no hay un esquema único de organización de los sindicatos, existiendo diferencias significativas de país a país; pero es posible identificar una matriz organizativa fundamental, conforme a la cual los sindicatos de base se afilian a federaciones provinciales o regionales por rama de la producción o por sectores económicos, las cuales a su vez se afilian a federaciones o confederaciones nacionales, y en última instancia éstas dan lugar a centrales nacionales unitarias que agrupan federaciones y confederaciones de los distintos sectores de actividad. Estas centrales nacionales pueden por su parte estar organizadas regional y provincialmente para atender los problemas y asuntos locales que afectan a los sindicatos de los distintos tipos. Los sindicatos de base participan en las instancias organizativas superiores a través de representantes o delegados elegidos, mientras los órganos directivos de las federaciones, confederaciones y centrales nacionales pueden ser elegidos por votación directa de las bases o bien por representación indirecta, mediante votación proporcional a nivel de delegados o representantes de los sindicatos.

Este esquema organizativo aplicado al cooperativismo ha dado lugar a un complejo movimiento estructurado geográficamente y por tipos de cooperativas o por sector económico, constituido en cada país por federaciones, confederaciones y centrales cooperativas; pero es precisamente este esquema de organización el que se ha visto afectado por los problemas y dificultades que anotamos anteriormente. Así como la unidad elemental de la federación sindical es el sindicato de base, las federaciones y confederaciones cooperativas son agrupaciones que integran a las empresas cooperativas como tales, de modo que las decisiones adoptadas en los organismos superiores vinculan y comprometen a las empresas afiliadas que participan en las instancias decisionales altas a través de delegados o representantes. Se da, en consecuencia, una cierta inevitable pérdida de autonomía de éstas, que delegan a las organizaciones en que participan determinados niveles de decisión a menudo también respecto de asuntos económicos, administrativos, jurídicos y operacionales en general.

Ahora bien, desde el momento en que las organizaciones de nivel superior concentran proporciones a veces importantes de poder tanto respecto del funcionamiento de las cooperativas afiliadas como frente a los interlocutores externos al movimiento (el Estado, las demás empresas, los sindicatos, el mercado, etc.), no es de extrañar que -no obstante la buena voluntad y la dedicación a la causa cooperativa de los dirigentes del movimiento- se susciten fenómenos de burocratismo, pugnas de poder, disensiones ideológicas, intentos de instrumentalización política, etc., que van entrabando el desarrollo mismo de la integración cooperativa.

Posiblemente la causa principal del hecho que un modelo organizativo que ha dado buenos resultados en el campo sindical no sea igualmente eficaz aplicado a la organización cooperativa, resida en las grandes diferencias que existen entre un tipo de organización y de movimiento y el otro. El sindicalismo es concebido normalmente como una organización de los trabajadores asalariados tendiente a la defensa y promoción de sus intereses frente a una contraparte empresarial definida que tiene intereses distintos; se trata en consecuencia, de una organización para la negociación y conflicto, de reivindicación y lucha social, y por tanto para ella es fundamental el grado de fuerza y de poder de presión que logre concentrar y movilizar conjuntamente en las situaciones y momentos decisivos del conflicto industrial y social.

El cooperativismo es también una organización de trabajadores que tiende a promover los intereses de grupos y categorías económicas actualmente subordinadas, especialmente los trabajadores y las comunidades. Pero la actividad que desarrolla en tal sentido es radicalmente diferente de la que pueden realizar los sindicatos, pues se orienta hacia la organización autónoma de estas categorías económicas en vistas de solucionar de modo directo los problemas, en base al propio esfuerzo asociado y constructivo, y no mediante la fuerza de presión ejercida ante una contraparte, pública o privada. Del mismo modo, los objetivos de transformación económica y social el cooperativismo se plantea alcanzarlos no mediante la presión social y la fuerza sino a través de la propia actividad económica y organizativa, del efecto de difusión que deriva de su funcionamiento armónico, eficiente y beneficioso para los integrantes de tal forma de actividad, y de la divulgación y educación en sus principios y métodos de trabajo.

Esta forma de proyectar, organizar y realizar la acción plantea una evidente exigencia de organizar la integración con fines representativos, en un movimiento cooperativo de características distintas del que tiene el modelo que se ha consolidado en los movimientos sindicales. Y se hace presente que la imitación o adopción de formas que han madurado en otros tipos de movimientos sociales y populares ha constituido históricamente un límite en el desarrollo de su autonomía.

Se hace necesario, también aquí, desplegar un esfuerzo de elaboración novedosa y creativa. Porque otras formas de organizar la representación que se han experimentado en diversos campos –especialmente en el político, con su sistema de partidos y parlamentos- tampoco parecen serle apropiadas. Como hemos anotado de paso en un capítulo anterior, tales formas de organización política, además de combinar normalmente instancias de representación con mecanismos burocráticos, implican a menudo un alto grado de concentración de las decisiones y frecuentes procesos de separación entre dirigentes y dirigidos, así como conflictos ideológicos agudos.

Los principios, aspiraciones y posibilidades de la cooperación apuntan en otra dirección. El pensamiento del problema en términos originales y autónomos permanece, pues, como un objetivo y una tarea por realizar.

A manera de simple proposición para un debate sugerimos a continuación un modelo organizativo de nuevo tipo para un movimiento autónomo de integración del fenómeno cooperativo. La idea se basa en una estricta separación entre la integración con fines de representación, difusión, promoción y educación cooperativa y la integración con fines operacionales y económicos, que analizaremos más adelante.

Una primera cuestión que debe ser examinada se refiere a los objetivos que a este nivel es posible y conveniente plantearse. Hablar de “integración con fines de representación” parece ser una manera de expresarse demasiado estrecha e insuficiente para dar cuenta de los grandes objetivos que es posible realizar a partir de las experiencias económicas de que hablamos. Por cierto, la “integración” –en el sentido de articulación, coordinación, asociación, unificación- y la “representación” –en el sentido de hacer presente las aspiraciones, inquietudes, intereses y derechos ante las instituciones y órganos pertinentes tanto de la sociedad política como de la sociedad civil- son contenidos fundamentales de un movimiento social estructurado en base a las variadas formas de cooperación que estamos considerando. Pero, si tenemos en cuenta la multiplicidad de motivaciones y experiencias que las constituyen y, sobre todo, el carácter multifacético y polivalente de un fenómeno que es tanto económico como social, político y cultural, surge la necesidad de una formulación más amplia de los fines y objetivos que la organización e integración de sus integrantes puede y seguramente quiere proponerse.

Lo que el “movimiento” ha de formular es un proyecto de largo plazo, muy amplio, capaz de involucrar en su realización a la multiplicidad de sujetos que configuran lo que hemos denominado aquí el “fenómeno cooperativo”, y en torno al cual concitar la conciencia, la voluntad y la acción de quienes lleguen a compartirlo o a adherir a alguno de sus aspectos o dimensiones esenciales.

Por cierto, no es el caso de formular aquí los contenidos de tal proyecto, aunque múltiples orientaciones y lineamientos del mismo pueden encontrarse o ser derivados de diferentes temas que se analizan en este libro. Formular el proyecto es tarea abierta y permanentemente renovada para los protagonistas del mismo: los diferentes tipos de sujetos involucrados o comprometidos en su realización. En cualquier caso y de manera indicativa podemos señalar algunos procesos que nos parecen esenciales para el proyecto en referencia, a saber:

a) La promoción y fomento de nuevas y más unidades económicas, de los varios tipos configurantes del “fenómeno cooperativo”. Ello implica muy especialmente el desarrollo de las capacidades organizativas y empresariales de los trabajadores y de las comunidades, y la motivación de los sujetos que poseen los factores necesarios a fin de que estén dispuestos a “colocarlos” y hacerlos fructificar en las empresas creadas por el Trabajo y la Comunidad.

b) El perfeccionamiento e incremento de la eficiencia de las unidades económicas ya existentes y del fenómeno cooperativo como tal. No nos referimos aquí a la operación inmediata y particular de cada empresa en el mercado, cuya eficiencia es tarea de sus propios organizadores y gestores, sino más ampliamente a la búsqueda de aquel perfeccionamiento que deriva de la coherencia organizativa y de la aplicación de los criterios y normas que derivan de las racionalidades y lógicas de las empresas organizadas por las categorías del Trabajo y la Comunidad, y cuya difusión depende en medida importante de los principios y criterios que promuevan los “organismos de integración”.

c) El relacionamiento, articulación, encuentro, organización y asociación de las unidades económicas del sector, en función de sus propias necesidades y conveniencias. En este sentido, aunque hayamos visto la conveniencia de la separación orgánica entre la integración con fines de representación y aquella que se verifica con objetivos operacionales, el movimiento ha de preocuparse de que aquella articulación funcional y con fines operacionales se verifique y cumpla sus funciones. Se tratará, en cualquier caso, de crear condiciones facilitadoras y no de ejercer presiones indebidas, porque la decisión de participar en unidades de integración operacional corresponde a los propios interesados que deberán analizar su oportunidad en términos de los beneficios y costos que les signifique.

d) La creación de un sistema de promoción y de apoyo que, a través de actividades de investigación, formación, capacitación y extensión, así como mediante diferentes servicios especializados, difunda, incentive, facilite y colabore con las unidades económicas y sus instancias de integración para hacer frente a sus diversos problemas, dificultades y desafíos.

e) El despliegue de un proceso global, de carácter cultural, social, ideológico y político, tendiente a construir una cultura solidaria y un ambiente social y político que favorezca el desarrollo del trabajo y de las comunidades en su búsqueda de autonomía y de afirmación económica y que, más en general, colabore en la creación de las condiciones necesarias para el avance del proyecto global.

Si así entendemos los objetivos y el proyecto de la que denominamos convencionalmente “integración con fines de representación”, es evidente que el movimiento que los asuma e impulse ha de trascender lo que ha sido hasta ahora el movimiento cooperativo propiamente tal. Hemos visto que las cooperativas con todas sus instancias de integración actuales son sólo una parte del más amplio y pluralista proceso de formación de formas alternativas de empresa y de las búsquedas de una economía popular y solidaria centrada en el trabajo y la comunidad. Aún más ampliamente, el proyecto de desarrollo de esta alternativa económica debiera surgir de la sociedad civil que toma conciencia de los problemas y crisis que caracterizan la civilización contemporánea y sus estructuras económicas y que va suscitando el compromiso de múltiples sujetos y actores que experimentan o ven la necesidad de una alternativa.

Intentamos ahora imaginarnos la forma de organización que podría asumir un movimiento con fines como los indicados. Una primera interrogante a resolver se refiere a si los participantes base del movimiento sean personas o las empresas como tales. Hay razones que hacen desaconsejable que sean las empresas como tales las que se comprometan en un movimiento como éste. Por un lado, no parece corresponder adecuadamente a sus objetivos específicos; por otro, la diferenciación de rubros, tamaños y lógicas que se verifica entre las empresas del sector hace prever que se generarían complejidades organizativas que terminarían reduciendo la fuerza e incluso las motivaciones requeridas por el movimiento.

Un factor que es preciso tener en cuenta al plantear el problema, y que es decisivo para sostener la necesidad de separación entre un movimiento cooperativo con fines de integración y los mecanismos de integración intercooperativa con fines económicos y operacionales, es el criterio de gestión proporcional a la participación efectiva de cada socio en la propiedad de la empresa, que hemos propuesto respecto del funcionamiento de las empresas como tales. Esto implica que los socios tienen una participación diferenciada en la gestión económica, lo que tenderá a prolongarse también al nivel de los organismos de integración con fines económicos y operacionales. No se justifica, en cambio, que la participación diferenciada y proporcional se haga presente en el movimiento cooperativo integrado con fines de representación y acción social y cultural. Todos los miembros integrantes del movimiento cooperativo a este nivel deberán aquí encontrarse en situación estrictamente igualitaria, con idéntica capacidad de opinión, decisión y voto.

Esto no se verificaría si en el movimiento cooperativo las empresas participaran como tales, pues en tal caso en el movimiento se reflejarían las diferencias de gestión interna a cada empresa, y también las distintas condiciones económicas de las diversas empresas constituyentes del movimiento. Se formula, en consecuencia la conveniencia de que el movimiento cooperativo esté formado por personas individualmente consideradas, y no por empresas.

Como órganos elementales de participación de los socios en el movimiento cooperativo podrían constituirse grupos o comunidades de base, cuya sede o centro de formación sean las unidades económicas cooperativas, sin identificarse sin embargo con éstas. Podría pensarse aquí, en que por cada empresa se pueden formar uno o varios de estos grupos o comunidades, dependiendo del número de socios y del grado de interés y participación que tengan. En efecto, si la empresa tiene un número muy elevado de socios, la comunidad de base podría ser excesivamente numerosa, lo que dificultaría una participación personal efectiva, constante y profunda.

Por otra parte, parece conveniente definir un principio de libre asociación, de modo que el movimiento esté constituido por aquellas personas que tengan real interés y posibilidades de participar en sus objetivos y actividades, y no se verifique el hecho de que a un movimiento formalmente grande corresponda una actividad limitada a la que en definitiva sea la participación real con todos los problemas de representatividad de la organización que ello implicará.

La afiliación a la comunidad de base y por su intermedio al movimiento cooperativo en su conjunto debería implicar normalmente el pago de cuotas periódicas de participación por parte de quienes voluntariamente adhieran; pero al mismo tiempo es legítimo pensar que las cooperativas como tales aportan alguna proporción definida al financiamiento del movimiento, pues será el conjunto de la empresa y del sector cooperativo quien resultará beneficiado por las actividades y funciones de representación, promoción, educación y difusión que cumpla el movimiento.

Las comunidades de base por cierto no han de permanecer desvinculadas, sino dar origen a la que podría ser una red donde las diferentes comunidades puedan interactuar. Los nexos que relacionen e integren a los grupos o comunidades que forman la red serán de varios tipos.

Habrá, por un lado, flujos de información y comunicación. Cada grupo será emisor de informaciones (de cualquier tipo de informaciones que deseen comunicar a los otros, sean ideas, elaboraciones intelectuales, noticias de interés, sugerencias y propuestas de acción, etc.) y receptor de todas las informaciones que provengan de los otros grupos. Cada grupo o comunidad de base se constituiría como un centro creativo capaz de generar ideas e iniciativa en forma autónoma y de buscar en los otros grupos similares las contrapartes, complementos e interlocuciones que requiera. Cualquier información o iniciativa podrá ser comunicada libremente, y cada grupo o comunidad receptora decidirá también libremente si la acoge, se compromete o responde.

Para que el flujo de información funcione, es indispensable organizar un centro de comunicación, cuya función principal sea efectuar la intermediación de las informaciones, esto es, recibirlas de cada grupo y trasmitirlas a todos los demás de manera eficiente, utilizando los medios correspondientes.

En cuanto sistema de informaciones y comunicaciones recíprocas, la red sería completamente horizontal, sin estructuras jerárquicas. El centro técnico de comunicación no ha de tener funciones de dirección ni se delegará en el la atribución de tomar decisiones que obliguen a los grupos o comunidades de base.

Sin embargo, la red podría tener un segundo tipo de nexos que vinculen a los grupos participantes, dando lugar a una organización extendida que integre el movimiento para efectos de representación y de organización de encuentros, asambleas y otros eventos que convoquen a varios o a todos los grupos constituyentes.

En este sentido, un conjunto de grupos de base pueden vincularse en consejos sectoriales, ya sea en base a una común ubicación geográfica o al similar tipo de cooperativa o actividad económica que realicen sus empresas. Teniendo en cuenta ambos criterios, un mismo grupo de base podrá pertenecer tanto a un consejo local como a un consejo por un tipo o sector de actividad. Estos consejos sectoriales podrán estar constituidos por representantes o delegados de las comunidades de base, que establecen de este modo un vínculo permanente entre las instancias superiores y las bases del movimiento, y también por una asamblea general de los miembros de todos los grupos, que será convocada periódicamente o en ocasiones particulares.

Con un procedimiento similar; el movimiento se podrá ir constituyendo en instancias organizativas más altas, hasta llegar a la formación de su centro de coordinación a nivel nacional. Este último podrá contar, para el mejor cumplimiento de sus funciones, con una serie de servicios técnicos para las tareas de educación, información, orientación jurídica y económica, etc. Comisiones técnicas similares se formarán probablemente también en los organismos inferiores, incluso en las comunidades de base; pero ello no dará lugar a fenómenos burocráticos o de dirección tecnocrática en la medida que operen como servicios asesores y de consulta, sin disponer de poder decisional directo.

Lo que hemos planteado no es más que un esquema organizativo probable, una hipótesis de trabajo que apunta a superar algunas dificultades que se han manifestado en los procesos de integración cooperativa que tienden a reproducir el esquema tradicional de las organizaciones sindicales.

Más allá de la proposición organizativa, lo que parece decisivo es la afirmación del criterio de separación organizativa del movimiento cooperativo con fines de representación respecto de las estructuras de integración intercooperativa con objetivos económicos y operacionales. Ello, en efecto, junto con favorecer la formación de una fuerza cooperativa integrada que promueva y defienda las ideas y los intereses fundamentales de la cooperación frente a las instancias públicas y privadas que sean necesarias, permitirá un proceso de desarrollo y diversificación cultural y la constitución de un poder social que no interfiera, sino que se haga presente a través de la acción personal y comunitaria, en el funcionamiento económico de empresas que requieren actuar en el mercado con autonomía, flexibilidad y espíritu empresarial.